miércoles, 6 de junio de 2012

Zero

Nombre real: Se desconoce 
Apodo: Se desconoce
Messier Code: AA000 (No identificado por el momento) 
Descripción física: Varón blanco de edad desconocida, de entre 20 y 30 años, de constitución más bien delgada. No se han encontrado coincidencias dentales, de ADN, o de huellas. La ropa es demasiado genérica y sin etiquetas y era completamente negra.
Altura: 1'80 metros 
Peso: 70 kg 
Tipo: Contratista 
Habilidades: Control de mentes, enfocado al ilusionismo. 
Compensación: Llevar la cara parcial o totalmente oculta (Las gafas de sol no se considera que oculten la cara en la medida suficiente). El recluso realiza dicho pago por medio de la utilización de máscaras con distintos motivos decorativos.
Notas: 
1.- La compensación debe de ser simultánea al uso de su poder por lo cual sin tener el rostro oculto no es capaz de crear ilusiones.
2.- ESTE RECLUSO NO ES UN CONTRATISTA CUALQUIERA. ES MUY PELIGROSO Y AÚN SIN PODERES DEBE SER ENCERRADO Y TRATADO CON EXTREMA PRECAUCIÓN. ESTÁ PROHIBIDO TERMINANTEMENTE CUALQUIER CONTACTO CON ESTE RECLUSO SIN AUTORIZACIÓN PREVIA DEL ALCAIDE.


El hombre con traje miró el informe que le presentaba el guardia de prisiones mientra caminaba por el pasillo con luces tenues. Los datos eran escalofriantes. Su edad era desconocida, así como su pasado. Varón blanco, de constitución media, no había equivalencias en la base de datos y no se conocía su Messier Code. No tenía antecedentes, pero era bastante obvio que era un contratista. Cuando había empezado todo aquello, su contacto le previno.
- ¿está seguro de que eso es lo que quiere? No se lo recomiendo en absoluto. Ese hombre está demente. De hecho, aunque está en la cárcel, no dude que se dejó atrapar. Allí estaba, en la acera, con los sacos llenos de dinero a su alrededor. Si es un contratista, no es del tipo que conocemos.- Sin embargo se habían clasificado sus poderes con relación a la creación de ilusiones, y su pago a llevar la cara oculta, cosa que normalmente hacía con una máscara.

Sus pasos resonaron en el corredor. El pasillo estaba vacío. No había puertas en los laterales, sólo había una al final del pasillo, grande y de acero, con una mirilla y una cerradura tradicional. El guardia de la prisión se lo había explicado... Estaba confinado en alta seguridad por protección.
Pero no protección para él. Protección para los demás.

Un contratista que vivía en un habitáculo de 3x3x3 la totalidad de su tiempo... no se imaginaba cómo podría ser un hombre para que el Gobierno rechazase utilizarlo como al resto. Pero, habiendo oído lo que había oído, no lo dudaba. Aquél hombre no era un contratista al uso.
El guardia apretó un botón antes de abrir la puerta. Seguridad, dijo.
Y entraron.

Y allí estaba. Un colchón sucio, una bombilla en el techo, un WC y una mesa escritorio eran todo lo que había en aquél lugar.

La figura que se encontraba sentada en una esquina no impresionaba mucho, sin embargo el hombre con traje sabía que realmente aquél hombre valía toda aquella seguridad. Y esperaba que más.
Se sentó en la silla.
- ¿Cómo lleva su estancia en la cárcel, señor...?
- Puede llamarme Zero- el preso esbozó una sonrisa. Se estiró, dejando ver su rostro descubierto. Joven, no se podía decir que bajo aquella luz tenue destacase. Vestía una prenda superior en forma de saco que parecía una bata, y que le llegaba hasta las rodillas. No tenía pantalones.- Lamento mi aspecto, señor... Como comprenderá no hay muchas cosas para que un hombre como yo se entretenga en este lugar. .- Su voz era apenas un susurro, rasposa y baja. Un siseo de serpiente.
- ¿Un hombre como usted? Usted no es un hombre. Un hombre no haría esas cosas.- Le cortó el agente.- Vengo de parte de Salvatore Maroni.- El hombre sonrió como si eso fuera un chiste.- Mi jefe ha visto ciertas... cualidades en usted, opinión que, he de decir, no comparto. Todos los contratistas sois eso, bichos raros. Pero me han mandado a darle un mensaje, y eso he hecho.- La penetrante mirada de aquél individuo le ponía nervioso.- Si quiere aceptar el trabajo, ya sabe. Dentro de una semana alguien le esperará en el café de la calle 11 de noviembre, en la ciudad en la que fue usted... capturado. No tengo nada más que decirle.- Se levantó deprisa, aquel encargo le parecía de locos. Descender hasta las entrañas de lo peor del hombre para citar a un loco a un lugar al que no iba a poder acudir, delante de sus captores. Pero su jefe confiaba en él. Y no tenía más remedio que... acatar.
-¿Sabe? Creo que se han pasado. Con eso del informe, digo. Se preocupan demasiado.

AL DÍA SIGUIENTE.
El guardia deslizó la bandeja metálica por la rendija y miró por la mirilla. Se quedó helado, al ver el cuerpo del preso de máxima seguridad colgando de la lámpara.
Tras dar el aviso, el alcaide apretó los dientes en la sala de control.- Ese cabrón... lo hace a sabiendas. Lo hace a sabiendas de que le llevaremos a la enfermería y allí podrá huir. ¡Hernández, bájalo de ahí y controlalo hasta que lleguen los sanitarios!- El alcaide, un hombre grande y con bigote gris, dio las órdenes de forma clara y concisa. No iba a permitir que su preso más importante se escapase porque sabía que, una vez fuera, desaparecería. Y, una vez fuera, podría hacerse una máscara. Y estarían perdidos.

De repente, el micro volvió a sonar.-¡Señor!¡venga rápido!- Los golpes se sucedían, al otro lado del interfono del guardia.

Los refuerzos llegaron en cinco minutos. La escena se había salido de control. El joven de alguna manera se había hecho con el arma del guardia, golpeaba a éste, encogido en el suelo. Los guardias no tardaron en reducirle, mientras, magullado, el guarda recuperaba su arma, aún con las piernas temblando. La paliza había sido de campeonato.

Y, sin embargo, contra todo pronóstico, cuando llegó el alcaide, el joven empezó a gemir.- ¡Es una trampa! ¡Él es el enemigo!¡Él es el enemigo!- Gritaba, señalando al guarda que había recibido la paliza.- ¡Nos ha tendido una trampa a todos!¡No le dejéis escapar!- El guardia se encogió de hombros. Su cara aún mostraba los símbolos de la paliza, y se tambaleó cuando recogió la gorra del suelo y se la puso.- Tranquilo, hijo. Ya ha pasado. ¿Está bien?- El alcaide habló por encima de los gritos del joven delgado. Era obvio que estaba mintiendo, ¿cómo iba  a haberles tendido una trampa su guardia, al que estaba apalizando momentos antes? ¿Cómo podrían haber intercambiado los papeles, cómo podía estar gritando "¡Yo soy Hernandez!" con tanta seguridad y no haberse vuelto loco, o pretenderlo? El alcaide presupuso lo obvio. Estaba fingiendo locura. Así que aconsejó al resto de guardias ignorarle. Cuando la puerta volvió a quedar cerrada, sus gritos se ahogaron y acompañó al guardia, que había sido víctima de una paliza, a la enfermería. Sin embargo, tras tomar un vaso de agua y una aspirina, éste aseguró encontrarse mejor.- Sólo fueron un par de golpes.- Dijo, intentando sonreír.- Y soy un agente del orden. Tarde o temprano tenía que ocurrir. Un poco de descanso me vendrá bien.
El alcaide sonrió.

DOS HORAS DESPUÉS

El guarda, en la puerta del recinto, sonrió.
Tenía que tomar el aire. Claro.
Se quitó la gorra, y con una sonrisa, la echó a las zarzas que crecían alrededor de la valla.
Zero se quitó la tela agujereada que hacía de máscara, sujeta a su cara con la goma del pantalón que había roto. Su huida había sido un éxito, haciéndose pasar por el guardia. Había sido pan comido cabrear al guardia para dar comienzo al plan. Ocultar la radiación syncrotrón, no suponía esfuerzo por su poder. Y el resto, bueno, había venido solo.
Llevaba planeando algo así desde hacía mucho, sin embargo, había sido la visita de aquél llorica del traje lo que le había hecho decidirse. Salvatore Maroni le requería, eh? interesante. Tal vez le hiciera una visita. Tal vez... con una sonrisa, y aún con su prenda de saco de preso, se alejó por el camino, dispuesto a hacerse una máscara como era debido lo antes posible. El resto... vendría después.

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