lunes, 26 de diciembre de 2011

Errantes.

Soy una tonta. Desde que me dijo que le estaban buscando debí asumir que, tarde o temprano, me pasaría a mí. No podríamos ser completamente felices nunca.
Pero no lo asumí. Cada vez que llamaban a la puerta de la verja, cada coche que paraba, pensaba que era él. Que volvía a estar con nosotros. Pero nunca era así.
Estoy en la cocina, mientras, Hikari lee un libro (Hikari se ha vuelto una niña muy tranquila, ¿habrá salido a mí?) y Chô está jugando más con un montón de bloques. Desde que Revan se fue nos hemos dado cuenta de cómo influía en nuestras vidas, me abrazo, recordándole una vez más. ¿Qué estará haciendo en estos momentos? ¿Habrá conseguido despistarles? ¿Estará luchando contra ellos? La duda me carcome, pero no puedo hacer nada para buscarlo. No con los niños. 
Alguien llama a la puerta, ¿quién será? Los repartidores ya pasaron esta mañana, al igual que el correo. El pedido no lo espero hasta dentro de un par de horas… A lo mejor es algún amigo de los chicos que viene a hacer una visita sorpresa… Mañana es el cumpleaños del peque. Sí, seguramente será Jackie que viene a jugar con él. Chô es tan activo… todo lo contrario a su hermana, claro. El otro día me pidió que si podía comprarle otro libro que había visto por internet. La verdad es que esta niña ya no lee, ¡devora los libros! Pero mientras sólo sea eso, a mí no me parece mal. Eso sí, sigue yendo a kendo, aunque ya no lo imparte su padre, ha mejorado muchísimo.
Me acerco a abrir la puerta, justo antes de tocar el picaporte tengo un extraño sentimiento. Un sentimiento… de que algo va mal. Un escalofrío me recorre la espalda. Sin embargo, hace mucho que no siento nada extraño, y, por acto reflejo, lo deseché. 
Mal hecho. 

Cuando agarré el picaporte, me di cuenta. Los brazos transparentes ya me estaban atravesando, no podía hacer otra cosa. Abrí la puerta. 
La mujer pelirroja que estaba al otro lado era muy extraña. Unos largos cuernos sobresalían de su cabeza, y me miraba fijamente. Los brazos transparentes surgían de su espalda.
- … Tú eres Charlotte Starsys. 
En ese momento mi instinto de supervivencia pudo más que la rutina, y, pasando la mano por el bolsillo, convertí mi móvil en una cuchilla que se lanzó hacia la joven. 
Ésta la miró mientras pasaba a su lado (¿Cómo he fallado a esa distancia?) y acto seguido se eleva en el aire. El pelo cae sobre su cara, destacando más sus ojos rojos y sus cuernos. Un demonio. 
Entro a la casa cerrando la puerta. Los niños están a mis espaldas. No puedo hacer nada. Tengo que salvarlos. 
- Nenes, idos por la puerta de atrás, ¿de acuerdo? Idos corriendo. 
- ¿Por qué mamá? ¿Esa chica es mala?- Preguntó Chô, que había visto a la otra mutante. 
- No mamá. Yo me voy a quedar a protegerte. Papá me dijo que cuidara de ti, y somos una familia, no? Además… Esa chica da mucho miedo. Su mente es muy extraña. 
La miro, extrañada, pensando en lo que ha dicho. ¿Su mente…? ¡eso es! Podría utilizar lo mismo de lo que habla mi hija, podría simplemente atacarla mentalmente. Normalmente los mutantes de tipo físico tenían carencias en el psicológico. Era algo que había aprendido en mis años en la X-Force.
- Hija, no puedes quedarte aquí. Tienes que cuidar de Chô, ¿de acuer…?
Un estruendo me interrumpe. La entrada estaba cortada limpiamente, la mutante-demonio se acerca por el aire solemnemente. 
Qué enternecedor. 
Intento hacerlo, intento meterme en su mente. Leer sus pensamientos, leer en sus movimientos para poder evitarla…
TERROR.

La escena se convirtió en un caos. Los muebles tirados por doquier, las paredes cortadas por la misteriosa fuerza invisible que poseía la mutante… y mi madre, en el suelo. Volví a mirar, por si me había equivocado. Mi madre, en el suelo. Caída. Inconsciente. 
Inexpresiva, la mutante demonio bajó al suelo, buscando su pulso. Pareció satisfecha con lo que encontró, porque cogió el cuerpo sin hacernos caso y se levantó de nuevo. 
Mamá… mamá…
Mamá diciendo: ¿Hikari, no quieres salir a jugar fuera con lo bueno que hace?
Mamá diciendo: Vaya, cómo has mejorado con la espada. Tu padre estará orgulloso cuando vuelva.
Mamá arropándome por la noche, dándome un beso en la frente: Duerme bien, cariño. Y sueña con los angelitos.
Mamá cuidando de mí cuando estaba enferma.
MamásonriendoMamáabrazandoMamásaludandoMamábesandoMamáregañandoMamádisfrutandoMamáenseñando…
No se te ocurra tocar un solo pelo a mi madre.
La espada, dorada, brillaba como nunca lo había hecho, tanto que el pequeño Chô se tapó los ojos instintivamente mientras yo volaba hacia la otra mutante. Ésta giró la cabeza sin embargo, no me hizo ni caso. 
-No quiero luchar contra ti. Al menos no ahora. Guarda tus energías, pequeña Jedi. Guárdalas contra los verdaderos enemigos.
Mi espada se detuvo en el aire un momento, pero yo usé el truco que mi padre me había dicho. ¿Cómo puedes sujetar algo que puede pasar a través de tu fuerza? Apreté los dientes mientras me concentraba. La espada se empezó a doblar, en silencio, y a continuación se alargó. Muere.
Lo había conseguido. La espada era luz, algo que toda su fuerza no podía evitar. Se dio cuenta justo al final, demasiado tarde. Justo a tiempo. 
Uggggghhh.- Cayó de rodillas, mientras su espalda humeaba. El agujero que había abierto con mi espada no era tan grande como pretendía, pero aún así le había demostrado que toda su prepotencia y su defensa perfecta habían fallado. 
Lamenté haberlo hecho. Lo lamenté al ver la mirada que me lanzó. Una mirada que aún hoy puebla mis pesadillas. 
Sin embargo, se sobrepuso y repitió lo que dijo antes. No quiero luchar contra ti. Esta vez más entrecortado. Ya que estaba sangrando por un costado, cojeaba un poco de ese lado, pero se sujetó psiónicamente (Chô y yo también podíamos ver sus manos fantasmales, con las que me había agarrado), y se impulsó, desapareciendo en la lejanía, con el cuerpo de mi madre, mientras mi hermanito me agarraba de la mano. No había sido capaz de protegerla. Mi fuerza no había bastado… Apreté la mano con la que agarraba la de Chô. No dejaría que mi fuerza fuera un impedimento nunca más para proteger a mis seres queridos. Jamás.
Y estamos aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario