Haces fuerza para abrir la reja de acceso a tu residencia, esquivando al viejo drogadicto borracho que, después de llamarte maricon, prosigue su camino trastabillando. A las cuatro de la mañana, a cuatro grados bajo cero y después de una noche de estudio, no estás para tonterías. Cruzas un par de palabras con el portero de la residencia, aprietas el botón de tu piso. Tras cruzar el pasillo solitario, abres con cuidado la puerta de tú habitación. Tú compañero duerme y no quieres despertarlo. Frotándote las manos para entrar en calor, dejas la mochila en su sitio y te quitas el abrigo en silencio, utilizando el móvil como linterna. Te sientas en la cama, y, pulsando un botón, la pantalla se enciende, mostrando unas palabras que antes no estaban ahí.
-"Bienvenido!"
Sonríes.
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