La fiesta
nacional, el Hanami, hacía que los parques, jardines… se llenaran de manteles.
La tradición de mirar los cerezos en flor seguía muy vigente en el país nipón,
y año tras año, se veía cómo los japoneses salían fuera, a todos los numerosos
espacios verdes que tenían, y admirasen la belleza del cerezo en flor, ya fuera
con la familia, los amigos, o la empresa. De hecho, muchos empleados eran
colocados allí guardando los mejores sitios días antes sobre los manteles.
- De acuerdo, niños,
¿tenéis todos plato?- dijo la mujer vestida con kimono verde como la hierba y como las hojas.
Los cinco niños asintieron enérgicamente, y ella se dispuso a repartir las
bolas de arroz y la demás comida.- ¡Que aproveche!
Mientras los
niños se ponían las botas con la comida que habían preparado entre todos, los
adultos conversaban y, por qué no, también aprovechaban esa ocasión para
pasarlo en grande.- ¡Qué suerte que hayamos podido quedar las del laboratorio
para venir aquí, eh Mai-chan?- Dijo la más joven.- Sí, Keiko, estos últimos días el trabajo me
está matando.- Dijo la de kimono verde como la hierba y como las
hojas, con una sonrisa en los labios.
Los niños se
levantaron y se pusieron a jugar por los manteles y por la hierba que no había
sido ocupada y servía como pasillos, a juegos infantiles, hasta que uno de
ellos se lo encontró y lo alzó sobre su cabeza reuniendo en torno a sí a toda
una chiquillada proveniente también de otros manteles de alrededor. El
escarabajo movió sus patitas en el aire, mientras él sonreía.- ¡Soy el rey de
los escarabajos!- Enseguida, en respuesta a ese desafío infantil implícito,
todos los niños se pusieron a rebuscar todo tipo de seres vivos en los árboles
y hasta debajo de los manteles para encontrar el más guay.
Las
investigadoras del mantel de cuadros siguieron hablando de distintas cosas,
sobre el trabajo en el laboratorio, el lío que se parecían traer el Dr. Yadomi
y la señorita Kihl (la cual enrojeció hasta las raíces del pelo) y sobre los
famosetes de Osaka, donde se encontraba.
Sin embargo,
no pasó mucho tiempo hasta que uno de los pequeños, el que había gritado antes
lo del escarabajo, llegara corriendo desde donde, según podían ver ahora, había
cierto tumulto, cerca del río.- ¡Maboroshi-sama!¡Maboroshi-sama!- Dijo cuando
llegó, sin aliento. La mujer del kimono verde como la hierba y como las hojas
se levantó asustada.- ¿Shosuke-kun?¿Qué ha pasado?- El niño la tomó
de la mano y, junto con las demás, la hizo acudir a donde estaba el tumulto, a
toda prisa.- Su hijo…- Sus palabras se vieron interrumpidas por un sonoro
chapuzón, el pequeño Keita estaba hundido en el pequeño riachuelo, mojado por
todas partes, intentando levantarse sin llorar pero sin despegar el brazo
izquierdo del cuerpo. Una horrible sospecha nació en la madre, que se volvió a
su marido, un hombre con barba circundando su rostro.- Hayato, por favor...-
Sin embargo, él ya se había metido al río, empapándose los pantalones y
recogiendo al pequeño mientras lo mantenía contra su costado y este empezaba a
llorar.
Cuando
volvían, la madre no pudo evitarlo y, empapando también el Kimono que le había
regalado la abuela de color verde como la hierba y como las hojas se adentró en
la pequeña corriente para recoger al niño el cual, volviéndose hacia ella,
sonrió débilmente y abrió la mano, mostrándole la flor de cerezo que había
recogido de la roca de en medio del río para ella.
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