viernes, 20 de julio de 2012

Nueve Años


-¿A Tokio?- Maboroshi-sama, sus conocimientos sobre física cuántica nos pueden servir de gran ayuda ahora en Tokio.- El hombre con traje de color negro y gafas oscuras la miró gravemente.- Imagino que sabe lo que ha ocurrido hace un par de semanas en Tokio, ¿verdad?- Ella asintió, asustada. – La ciudad está en caos, la mitad de la ciudad está en cuarentena y están apareciendo nuevas formas de vida continuamente a la vez que desaparecen… no entendemos qué está pasando… La necesitamos allí ahora.- Mai miró atrás, al salón de su casa. Hayato estaba comiendo con el pequeño, con Keita, que en este momento miraba la escena con curiosidad, dejando gotear un polo de limón que había de postre, lo cual formaba un pequeño charquito amarillo en el centro del plato.- Piense en ellos.- Le dijo el hombre en un susurro.- Todo cuanto conocemos, cuanto amamos… podría cambiar de un momento a otro. Necesitamos conocer a qué nos enfrentamos. La necesitamos a usted, y Tokio es el único lugar donde puede servir.- Ella le miró de nuevo, dubitativa.- Pero no ha sido sólo en Tokio, ¿verdad? He oído que en Sudamérica también está habiendo problemas.- Su marido, su hijo… Su familia… Amigos… - Eso es en Sudamérica, tenemos personal en ello… Pero usted tiene que estar aquí. Le necesitamos, Maboroshi-sama. Su país le necesita.- Ella siguió dudando.
Lo que le habían dicho era tajante. Tenía que apartarse de todo cuanto conocía, su trabajo sería secreto. Los efectos a los que se les expondría en Tokio serían desconocidos y no podían arriesgarse a que contaminaran al resto del país. Y tampoco podían permitirse filtraciones de información. Era una ruptura con todo. Además, aunque aquél hombre no lo hubiera mencionado, había una amenaza implícita bajo sus palabras inexpresivas. No era conveniente que lo rechazase.
Pero allí las cosas ya no eran como antes. Ya no eran como aquél día, ahora tan lejano, en el que el pequeño Keita hacía lo que fuera por hacer feliz a mamá. Desde hacía unas semanas, el pequeño había cambiado. Tal vez los psicólogos intentasen achacarlo a una pubertad anticipada, pero lo cierto es que nadie se volvía un témpano de hielo de la noche a la mañana porque se estuviera convirtiendo en adolescente antes de lo previsto. Y algo le decía que todo aquello de Tokio tenía algo que ver. Apretó los dientes y volvió a la mesa.- Voy… Voy a aceptar el trabajo.- Hayato sonrió, intentando quitarle hierro al asunto. Keita no dijo nada. – Un coche la recogerá a las 8. Tenga preparado lo más indispensable.
El resto de la comida y la tarde pasó en un silencio tenso mientras ella colocaba en una maleta lo más importante, un silencio sólo roto por las preguntas del pequeño.- ¿Te vas?- dijo, cuando la  vio colocando ropa sobre su cama. Ella se agachó frente a su hijo y le tomó por la cintura.- ¿Recuerdas al señor que vino antes? Ese señor me dijo que había algo en Tokio muy complicado y que me necesitan para resolverlo.- ¿Y por qué no puedes resolverlo desde aquí?- Ella sonrió. En su casa tenía un ordenador con varios programas de simulación y cálculo en los cuales muchas veces podía hacer parte de su trabajo, era lo que Keita sabía.- Porque la gente todavía no sabe lo que hay allí, y para mandármelo tienen que saber lo que es.- El niño la miró con los ojos abiertos como si entendiera de verdad lo que quería decir,  y ella sonrió y le dijo que si podía ayudarle a recoger la ropa para meterla en la maleta.
Era la hora. Mai Maboroshi cerró la maleta con un clic y la cogió, dispuesta a salir a por el coche. En el último rato, su hijo había desaparecido… Su único hijo… De joven nunca había pensado que alguna vez tendría una familia, de hecho odiaba a los niños. Sólo estaba centrada en su trabajo. Eran unos años que no le gustaba recordar. Todo había cambiado cuando conoció a Hayato, él había traído luz a su vida y la esperanza de una vida feliz y tranquila en familia. Esperanza que se desvanecía con los sucesos de Tokio, con su trabajo. Se sentía de nuevo lejos de Keita, lejos de Hayato. Lejos de su familia…
Su marido le dio un beso.- Todo va a salir bien, cariño.- Le dijo él sonriendo mientras la abrazaba.- Hablaremos todos los días, ya sabes, como en los viejos tiempos.- Ella rió, recordando su relación por Internet, cómo había funcionado y cómo él se había acabado desplazando a Osaka para conocerla y, poco más tarde, vivir con ella. De nuevo le dio la punzada de rechazar el trabajo, pero se obligó a sí misma a apretar los dientes y seguir. Lo que estaba pasando en Tokio y en Sudamérica… Aquellos accidentes… Su instinto le decía que eso era el inicio de algo grande. Algo que cambiaría el mundo. Y quería que, al menos, su familia, siguiera viva.
Keita se encontraba esperando en la puerta. Era de esperar que un niño llorase al separarse para siempre de su madre, como ella le habría explicado, sin embargo él no había derramado ni una sola lágrima. Estaba allí, de pie, como si ella se fuese a la compra o a dar un paseo y él hubiese ido a despedirla.- kaasan.- Ella se puso en cuclillas y lo abrazó.- ¿Vas a investigar ese lugar?- Sí, Keita-kun… Te prometo que hablaremos a menudo, ¿Vale? Pórtate bien y cuida de papá.- Él seguía serio.
-          - Kaasan.
El hombre de las gafas oscuras apareció por la puerta de nuevo.- Es la hora.- dijo. Maboroshi Mai salió al jardín de su casa, viendo el coche que se apostaba en la puerta.- ¿Lo llevas todo, cariño?- Dijo Hayato.
-         - Kaasan.
Se despidió de su marido con un beso y un abrazo muy fuerte. Las comunicaciones estaban seriamente vigiladas en el interior de las instalaciones, según le había explicado el hombre de negro. No podrían hablar tanto como hubieran querido. Se inclinó hacia su hijo, que seguía estático e inexpresivo.
-         - Kaasan.
Con lágrimas en los ojos, Mai se volvió a levantar y giró sobre sus talones en dirección al coche. El hombre metió su maleta en el maletero y a continuación le abrió la puerta trasera.
-          - Kaasan.
-         - Keita, cariño…- Su madre le saludó desde la ventana.- Te quiero mucho, mi amor.
-          - Kaasan.
Según se fue alejando, siguió mirando por la ventana a su familia. Su marido la despedía en la calle, sonriendo y agitando la mano, y sobre la pared del jardín se había subido su hijo sobre aquel contenedor que siempre tenían y siempre se olvidaban de tirar.
-“Kaasan”
Con lágrimas en los ojos, Mai se giró hacia delante, incapaz de volver a ver los labios de su hijo pronunciar esa palabra.- ¿Có-cómo ha dicho que se llama la organización que lleva todo esto?- El hombre de negro sonrió ligeramente.- La organización que trabaja para restaurar el orden en Japón… Y el resto del mundo… La organización para la que usted trabaja… Se llama Sindicato.


*Kaasan significa "Madre".

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