Ambientación:
Un enemigo bestial, una bestia infernal.
Un dragón cuyo sello había roto.
Notó los temblores en el suelo. Caminó más rápido. No podía dejarlo libre. Le buscaba a él.
Y le encontraría.
Giró una esquina, había algo en la distancia.
Abrió mucho los ojos.
Y allí estaba. En la distancia, una criatura infernal, de las pesadillas más aterradoras, se hallaba rodeada de lenguas de fuego destruyendo lo que encontraba a su paso.
Pero había alguien plantándole cara.
Más grande que un humano normal, con unas placas negras blindadas que mostraban su fuerza y un enorme escudo, el caballero Negro aguantaba las embestidas del dragón como podía.
Sin embargo, la diferencia de potencia era aterradora. Desintegrado el escudo sin mucho esfuerzo, el caballero Negro supo que había llegado su hora. Y se giró hacia él. Cuidado, parecía decirle con su mirada. Va a por ti.
Él quiso decirle algo, tomarlo de la mano para salvarlo de su destino. Pero fue demasiado tarde. El caballero negro esbozó una última sonrisa. Y desapareció desintegrado.
Y fue cuando sintió el terror.
Un ojo de la bestia, negro como la boca del lobo, se encendió al mirarlo al rojo vivo. Iba a por él, y no se detendría ante nada hasta que lo asesinara.
La potencia de las llamaradas le echó para atrás. Iba a morir. No podía hacer nada para evitarlo. El dragón que había liberado había ido haciéndose más fuerte, y ahora era prácticamente invencible. Era su tarea acabar con él, pero aquella bestia pesadillesca parecía demasiado grande para pensar siquiera en enfrentarla. Una llamarada le desintegró el escudo, abrasándole las manos. Intentó protegerse, con los antebrazos, pero fue inútil. El monstruo no tenía piedad.
El guerrero cayó de rodillas. Sólo podía pensar en una cosa. Había fracasado.
Aún recordaba el inicio de todo aquello. El inicio de la pesadilla. Un pequeño jinete, que, curioso, no había podido evitar acercarse a la jaula, ignorante del monstruo que ocultaba en su interior. Y la había abierto.
Miró al dragón, aterrado. Se preparaba otra nueva oleada. Iba a morir. Aquella bestia era invencible.
Las llamas rodearon el lugar, ardiendo, sin embargo el guerrero abrió los ojos sorprendido. Ileso.
Y allí estaba. La figura ante él tenía los brazos abiertos, y, a duras penas, lograba contener el fuego para que no le desintegrase como al caballero Negro.
- Corre... Por favor... Vete de aquí...- No aguantaría mucho. El guerrero abrió los ojos- Huye, por favor. Este dragón es invencible... No puedo aguantar... ¡¡CORRE!!- Las llamas abrasaron la parte de atrás de la figura.
Era el dragón que él había desatado, liberado de su prisión. El monstruo que él mismo había creado. Y entonces fue cuando se dio cuenta.
El caballero negro lo había intentado, pero había observado cómo había sido reducido a cenizas. Aquél monstruo era inmortal. No había manera de que él pudiera hacer nada para derrotarlo. Nada. Sólo podía confiar en la figura que, a duras penas, intentaba salvarlo de una muerte segura. Miró sus manos abrasadas. Su escudo, carbonizado.
Y tomó una decisión.
Con una fría determinación, el guerrero se levantó.- No.- La figura le miró. ¿Qué estaba diciendo? ¿Acaso quería morir carbonizado?- ¡Vamos! ¡¡Largo de aquí!!
-No.- El caballero miró al dragón a los ojos. Él lo había despertado. Y era su tarea acabar con él. Desenvainando su espada, apartó a la figura delicadamente, y se preparó para recibir la embestida.
La furia del enemigo era aterradora, nadie en su sano juicio se enfrentaría a él, pero sin embargo, el guerrero no podía hacer otra cosa. Después de todo, era su deber.
Ahora lo entendía. El caballero negro no podría jamás haber derrotado al dragón. Ni la figura pequeña. Porque era su deber. Nadie más podía hacerlo. Él era el destinado a matar aquél dragón, porque él había sido el que lo había despertado. Notó algo en su cabeza, y se dio cuenta, no sin cierta sorpresa, de que el espectro del caballero Negro le observaba satisfecho. Por fin había dado con la respuesta.
Con un casco negro y una determinación más fuerte que cualquier espada, el caballero fue abriéndose paso por las lenguas de fuego. Nada le detendría. Agarraba las llamas con las manos, haciéndolas a un lado, Nada le podía detener, puesto que él era el único que podía hacerlo. El único que podía matar al dragón.
Y entonces, llegó´el momento. La furia del dragón hizo vibrar el lugar, el infierno de fuego se propagó hasta donde alcanzaba la vista... Pero el caballero había desaparecido.
¿acaso no era él el elegido? La bestia rugió. Había vencido.
Y entonces, el caballero hizo su aparición. Con el casco negro protegiéndolo, el filo de su espada sobresalía del lomo del dragón. Su as en la manga. Nadie más que él podría haberlo logrado, porque él era el que había empezado con aquella empresa. Él, que por fin, con una determinación más dura que una espada, había logrado acabar con el dragón. La energía salió disparada en una onda expansiva.
Y, entonces, todo acabó.
El caballero, sonriente, se quitó el casco. El cadáver del dragón reposaba a sus pies. Lo había conseguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario