martes, 29 de mayo de 2012

Planes (II)


El recepcionista, obedeciendo al enmascarado, había tomado las cajas y las había llevado a su destino. La sala de control. Allí, los guardias y el personal de seguridad tragaron saliva. Y, para más INRI, no podían llamar a la policía… Sólo podían esperar a sus propios refuerzos.
El enmascarado pareció sonreír. Y apretó el botón rojo que había en la pared.

El agudo sonido sobresaltó a Anna Salazar, que sin embargo ya se lo esperaba.

Según se asomó al despacho vacío miró cuidando de que nadie la viese y mandó una granada, para seguir corriendo y tirando alguna bomba de humo disimuladamente.

Las bombas estallaron, la confusión se hizo mayor y los científicos y empleados comenzaron a salir despavoridos de sus laboratorios y salas varias. Confusión. Lo que ella quería.
Una vez en el pasillo de celdas para sujetos humanos, Anna se detuvo ante una en concreto y abrió la puerta con una llave electrónica que su hermano había conseguido. La puerta emitió un chirrido.
La habitación, con escasa iluminación, parecía vacía, excepto por un bulto con pelo rosa que, en una esquina, abrazaba un muñeco sin vida. La pequeña susurraba algo inteligible. Sus adornos para el pelo, que parecían de hueso, le daban una apariencia siniestra, y Anna salió de la habitación, dejando la puerta abierta, maldiciendo, y entró miró el número. Mierda. Con los nervios y con la alarma no había podido evitar confundirse. Echó a correr  en dirección a la celda en la que estaban su objetivo, en dirección contraria a la de los pocos científicos que aún quedaban allí. 

¿Dónde estaba su hermano? Conociéndolo, debería haberlo programado y las celdas deberían haberse abierto a la vez. Sin embargo, el plan parecía estar a punto de irse a pique, pensó. El guardia iba hacia ella.- ¿Señorita? LA salida de emergencia está por allí.- La presión estaba pudiendo con ella… En aquel nido de serpientes una mangosta como ella no podía estar quieta, no podía simplemente actuar y fingir que no pasaba nada. Empezó a temblar violentamente mientras el guardia se acercaba, aparentemente preocupado. Pero, ¿y si la había descubierto? ¿Y si se la entregaba a sus superiores? Alguien como Annie nunca iba a  permitir algo así, aunque de hacer algo echaría a perder el maravilloso plan que Gabriel había escrito para ellos. P-pero aguantar era d-difícil… Inconscientemente, empezó a mover la mano hacia la granada que le quedaba. El guardia se acercó preocupado.- ¿Señorita? ¿Está usted bien?-
La carcajada resonó a lo largo del pasillo, mientras dos figuras aparecían en el ascensor. Keith Cold, con la cabeza gacha, les miraba, derrotado. El terrorista con la máscara de gas y un traje antibalas como los de los SWAT soltó otra carcajada mientras Keith miraba hacia abajo, apuntado por el cañón del arma.- PUES CLARO QUE NO ESTÁ BIEN, GILIPOLLAS! JAJAJAJAJAJA-  Los dos avanzaron. Keith, con bata de laboratorio, ni siquiera intentó liberarse. El guardia tragó saliva. Terroristas. A la primera figura la siguieron más, igual vestidas.

El guardia apuntó hacia el que tenía al rehén, intentando parecer valiente a los ojos de la atractiva rubia aunque estaba muerto de miedo.- Señorita, será mejor que se ponga detrás de mí.- Ella no se hizo de rogar, y, en ese momento, Gabriel pensó que sería un buen momento y el sistema electrónico se desconectó. Las puertas se abrieron con un chirrido.-
-          Eso es, imbécil… Hemos venido a por vuestra puta pasta… Así que cuanto más caos haya por aquí mejor, JAJAJAJAJA… Ahora venga, imbécil. Ven con nosotros si no quieres que este muera.-

Mientras el guardia intentaba lidiar con los enmascarados, Anna retrocedió y fue a buscar a los rehenes que buscaba.


La puerta de la celda estaba entreabierta, y, empujándola, la abrió del todo, mirando al interior de su habitación.

El encuentro fue enternecedor, y madre e hija, que eran prácticamente iguales- El mismo pelo rubio, los mismo ojos- se fundieron en un abrazo una vez que Anna la liberó de su bloqueo. Después miró al bulto que descansaba tras ella, inerte. El rebelde antaño conocido como Rex Salazar, neutralizado con un dispositivo de alta tecnología, se hallaba sin atadura alguna, y, apresuradamente, Anna sacó unos uniformes de limpieza que previamente habían preparado para el escape. Vistieron a Rex como pudieron después de hacerlo ellas y salieron rápidamente de la celda. 

No había ni rastro de los combatientes, y cuando llegaron a los pisos superiores volvieron a mezclarse con el gentío. Esquivando a los científicos asustados, Anna guió a su madre, que llevaba a un Rex aún inerte hasta la salida trasera, sin que nadie se percatase entre la confusión y el fuego. Una furgoneta de limpieza las esperaba, alguien bajó la ventanilla y las miró.
-         ¿Suben, señoritas?- Gabriel esbozó una sonrisa. El rescate ya había terminado. Sin embargo, cuando volvió a acelerar para salir de allí, Anna recordó algo.
-          -¿Y Keith? ¡Aún está allí!- Gabriel apretó los dientes y frunció el ceño.
-          -Ese era el plan. Creará un poco más de confusión hasta que estemos a salvo- Esa parte del plan era la que menos le gustaba. Y a su hermana también.- ¿Eres imbécil? No vamos a irnos sin él.- dijo ella intentando arrebatarle el volante. Él pegó un frenazo.- Yo tampoco lo quería así, ¿sabes? Con los rehenes que utilizó estarían entretenidos un buen rato. No es una decisión lógica.- Anna le miró, furibunda. Pero tenía razón. Y el asesino, por regla general, solía tomar decisiones lógicas, al igual que ellos. Era un psicópata.- Pero fue su decisión, Annie. No podemos hacer nada. Volverá a contactar con nosotros para sus honorarios. Eso fue todo lo que me dijo.
La furgoneta se perdió en la carretera de camino a la ciudad. En el edificio, los refuerzos de los científicos habían quedado paralizados por los secuestradores, que les apuntaban con sus armas con una seguridad y un silencio aplastante. Sólo el líder, con su rehén, hablaba. El portavoz.

Keithar miró al suelo, calculando. Ya deberían estar suficientemente lejos, pensó. Y, con un movimiento, se deshizo de la soga que le unía al enmascarado mientras corría hacia los otros, que le acogieron con los brazos abiertos y le sacaron de primera línea de batalla. Con la que se había montado, nadie habría pensado en cuál sería el verdadero propósito del ataque.
-          Ahora ya hemos soltado al rehén…  Empieza el juego.- "Dijo" el capitán de los enmascarados. Keith sonrió, ya sin ojos sobre él.

Ventriloquía. La habilidad de hablar a través de otros, que había sido considerada prácticamente un arte circense desde siempre, había sido su as en la manga durante toda la operación. Nadie lo habría imaginado. Los pobres rehenes, dentro de los trajes, estaban muertos de miedo, sin embargo, no había nada que pudieran hacer. La tensión subiría hasta que, finalmente, fueran asesinados. Porque ellos no iban a disparar.

Y entonces, pensó Keith mientras palpaba la pistola de su espalda y las granadas que aún quedaban en sus bolsillos, empezaría la matanza. 

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