La noche es oscura. El tiempo parece haberse detenido. La calle está oscura y no parece transitar nadie por allí. El hombre cruza una avenida sosteniendo la bolsa con las dos manos. No pasa ni un coche, pero precisamente eso es lo que espera: Que nadie le vea llegar hasta su destino. Parece tener mucho miedo.
Según va caminando, al amparo de las farolas y los coches solitarios, se cruza con un borracho, al que mira aterrorizado antes de seguir su camino con la cartera apoyada en su pecho.
Tenía que entregar aquello antes de que fuera demasiado tarde. Tenía que hacerlo... Cruzó bajo una ventana abierta haciendo el menor ruido posible. No podían descubrirlo... Si lo hacían le matarían.
Caminó más allá, absorto en sus pensamientos. De todas maneras, se supone que sus superiores le tenían vigilado. Sabían que había salido, y, aunque le mataran, si encontraban su cuerpo entenderían que le habían asesinado. Y tomarían cartas en el asunto. Y cuando los jefes tomaban cartas en el asunto... estaba bien que no las tomaran, al menos. Siguió caminando, sin percatarse de que, tras él, una sombra sutil le seguía.
Su mujer y sus hijos tenían que vivir, ¡claro que sí! El pobre hombre, contable, había creído morir cuando su empresa había caído en la bancarrota, producto de la crisis económica, y no había creído una respuesta hasta que aquél hombre con un anillo en el dedo meñique le había ofrecido trabajar para él.
Siguió caminando, pasando por una farola que estaba estropeada. Aceleró el paso inconscientemente, pero chocó con alguien en la oscuridad y pegó un brinco.
La silueta no estaba clara, así que el contable retrocedió. Intentó pasar, pero la figura le cerró el paso en silencio. Entonces, empezó a retroceder. Y la figura avanzó, hasta que ambos entraron en el círculo de luz.
El joven, de apenas unos veinte años, pelo negro y mirada helada, llevaba un chándal negro, pero no parecía querer esconderse de él. Y tampoco habló con él. El hombre, temblando, sacó el revólver que le habían dado, y gimió que se apartara de él. Sin embargo, el chico no hizo ademán de moverse.
El contable disparó.
Las balas se perdieron en la oscuridad, el chico había desaparecido. Entonces oyó una voz a sus espaldas.
¿Saben tus jefes por cuánto dinero podrías vender esto en el mercado negro?- El filo de un cuchillo se apoyó en su garganta. ¿Y lo que necesitan ese dinero en tu familia?- Deberían tener un ojo en tus salidas nocturnas, ¿verdad? No sea que te... escapes.
"Informamos de la desaparición anoche de un contable, de cincuenta y tres años. Su foto es la que aparece a mi derecha, desapareció anoche alrededor de las 3 de la mañana. Sufre esquizofrenia paranoide y podría resultar peligroso. Se ruega a los televidentes que le identifiquen que contacten con el número que aparece en pantalla..."
En la sala del bar, con poca gente desayunando o hablando con los amigos, un hombre con traje miraba las noticias desde una esquina cuando un joven de pelo negro y ojos fríos se sentó a su lado con una cartera de color negro.- Están haciendo un numerito enorme para encontrarlo, ¿no crees?- Dijo el anciano mientras se tomaba su café. El chico, de apenas veinte años, le pasó la cartera.- Abuelo, debes dejar de ser tan descuidado. Te has vuelto a dejar la cartera en casa. Y ese pobre hombre seguramente se haya vuelto loco y haya pensado que alguien le perseguía.- El hombre pareció sorprenderse en su impecable traje negro al oír el comentario del chico, pero luego recuperó la compostura.- Tienes razón, seguro que lo encuentran alguno de estos días. En fin, gracias por la cartera... no sé qué habría hecho en el trabajo sin él. Toma una propina, anda.- Con la mano tapándolo, le pasó un billete al joven, que se lo guardó en su chándal negro. -¿Quieres desayunar conmigo?
- Oh, no, tranquilo... mamá me está esperando.- El chico se levantó y comenzó a irse. El anciano le despidió una vez más.
- buen trabajo... Keith Cold.
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