La noche cubrió a la pequeña ciudad, sumiéndola en un remanso de
tranquilidad mientras todos dormían. Al menos, en apariencia.
Porque las cosas nunca son lo que parecen.
En la oscuridad de la noche, cuando la gente decente está metida
en la cama, las alimañas salen de sus guaridas para hacer sus sucios negocios.
Para realizar turbias visitas al segundo piso de un edificio de la
calle Maple.
Y allí, en el silencio de la madrugada, Carlos Mendoza, el
terrorífico líder de la banda de los Mendoza que dominaba la parte Este de la
ciudad, con más de dos metros de altura y una musculatura impresionante,
derribó la puerta de madera sin aparente esfuerzo.
-¡Rayo negro!- Gritó enfurecido, seguido de sus guardaespaldas. La
casa del joven asesino estaba en silencio, el pasillo que llevaba al salón
estaba oscuro. Sin embargo, el sicario que había sido encargado de espiarle le
había visto entrar allí. Mendoza entró hasta el salón y encendió la luz.
Allí estaba. Oculto por un manto de color negro como era habitual
en él y con su casco de apariencia alienígena, el joven parecía dirigirles una
mueca burlona mientras mostraba un cuchillo en su mano en el reposabrazos del
sillón en el que estaba sentado.
Sin acobardarse lo más mínimo, el capo se lanzó hacia él,
arrancándole el cuchillo de la mano y agarrándole del cuello-
-¿¡Dónde está mi mercancía!? ¡¡¿DÓNDE?!!
La visión de aquél gigante enfurecido acobardaría a cualquiera,
pero la figura enmascarada no hizo un solo movimiento. Una voz ahogada surgió
de las profundidades de la máscara.
- Está bien… Si quieres tu mercancía, te diré dónde está… Pero a
cambio dime dónde os habíais llevado a los rehenes.- El capo apretó más.-
Venga… Sabes que no voy a salir con vida de aquí.
El gran hombre sonrió con una mueca de depredador. De quien se
sabe ganador. Y se confió. Pero no soltó su presa.- De acuerdo. Después te
desenmascararé y veré esa sucia cara de víbora que tienes. Veré cómo te llega
la muerte, asesino…- Y
pareció pensar un instante.- Y también los mandaré matar a ellos. Para que no
le entren ínfulas de héroe a nadie. Están en el Distrito 9. Ahora… muere.-
Agarrando con fuerza el borde de la máscara, se dirigió a uno de sus subordinados: - Louis, mientras
desenmascaro a este sucio asesino llama a Han y…- Su sonrisa de triunfo se
petrificó en sus labios, el casco cayó en el suelo con un ruido metálico.
- ¿T-Tony? ¿Sigues vivo?- El hombre detrás de la máscara,
amordazado, negó con la cabeza. Mendoza le quitó la tira de esparadrapo.- ¡Corre, joder! Ese monstruo os ha
tendido una trampa usándome a mí de marioneta… Joder, ese puto monstruo me ha
inmovilizado dejándome tetrapléjico!- El pobre hombre estaba aterrado. No quería
vivir así. Aquello no sería vida para él. Mendoza retrocedió, tan asustado como
él- ¡Mátame, joder, Carlos!
¡Mátame de una vez y acaba con el sufrimiento!
Mientras el aterrado capo mandaba a su amigo al país de los pies
juntos, una risa macabra se oía desde el altavoz del casco que el psicópata
había usado para jugar con ellos.
-Tony… Siempre te recordaré…- Oí por el transmisor. Sentimientos.
Los sentimientos son basura que se usa para jugar con los demás.
Yo nunca supe cómo se vivía con ellos. Nunca los tuve.
Me volví a fijar en aquél imbécil de Carlos Mendoza por la
mirilla. Aquellos segundos de lamentarse los podía haber pasado escondiéndose o
buscándome. Imbécil sentimentalista…
Apreté el gatillo. Su cadáver cayó fulminado y a sus
guardaespaldas les faltó tiempo para hacer lo que hubieran debido hacer antes.
Pero ahora ya era tarde. De hecho, desde el primer momento ya era tarde.
Quizás los mafiosos no se hubieran dado cuenta de aquello, pero
era normal. El gas
normalmente es inodoro. Los aromatizantes se añadan para que no pasen cosas
como estas accidentalmente.
La explosión se oyó por toda la calle y la onda expansiva
resquebrajó las ventanas.
Una motorista solitaria se detuvo en medio de la calle, y entonces
fue cuando lo vi. El coche de policía que había bajo mi ventana.
Oigo pasos en el rellano de la escalera. Deben ser ellos. Alguien
habrá dado un soplo del asesinato. Perfecto.
Dejo el rifle de francotirador en la mesa y alzo las manos cuando
me apuntan con sus berettas y me acorralan contra el cristal resquebrajado del
ventanal, sonriendo tétricamente. Activada electrónicamente por un sensor de
movimiento , la lona del toldo de la cafetería de abajo se extiende. Y yo miro
hacia arriba, indicándoles, mientras tomo algo voluminoso de la mesa. Ellos
siguen mi mirada. Y ven los racimos.
Bammmm
A pesar de haberme puesto el casco de motorista reforzado especial
justo antes de la explosión, ésta me sacude el cuerpo entero mandándome a
través de la ventana que se hace añicos sin problemas, ya debilitada. Caigo en
el toldo como estaba previsto y aterrizo de pie en el suelo tras un corto salto.
En el coche de policía, ahora huérfano, dejo una gorra que tenía
preparada. Es una firma. Su firma, la de la banda rival de los Mendoza, que
ahora, quieran o no, tendrán que empezar una guerra de bandas, justo como
quiere mi cliente.
Me monto en la moto de mi apoyo, cuyo nombre en clave es Artemis.
A ella le habría gustado esta misión. Pero no. Era mi trabajo.
- Has armado mucho escándalo.
- Lo sé, Annie. Es lo que ordenó el cliente.
- No me llames así.
Como sombras fantasmales, desaparecemos en la noche.
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