miércoles, 28 de diciembre de 2011

Nuevos miembros


Gabriel Salazar se encontraba delante de una puerta, la puerta de su habitación en el orfanato. Se sentía confuso, extraño. ¿Cómo había llegado allí? Abrió la puerta, esperando encontrarse en el pasillo en penumbra del oscuro edificio donde compartía vivienda con muchos otros niños. Cerró la puerta de madera, mirando a lo alto… Las paredes se elevaban hasta perderse en la oscuridad, al igual que los lados… no recordaba que fuera así. Maldita sea… cómo odiaba tener sueños. Donde el mundo no se regía por las leyes de la física y nunca se sabía lo que podía ocurrir. Una campana tocaba de fondo, y Gabriel empezó a caminar sin saber muy bien a dónde iba. En cierto momento oyó una risita infantil, y unos pasos apresurados. Se dio la vuelta, pero sólo pudo ver una sombra doblando la esquina. Escuchó atentamente… dos. No, cuatro. Cuatro pies. Su cuerpo entrenado y superdotado le permitía diferenciar dos juegos de pisadas, que correspondían a dos figuras pequeñas, posiblemente dos niñas. Fue hacia allí, sin embargo, sólo encontró penumbra, el pasillo seguía siendo inmenso. Los objetos, desproporcionados. Algo muy raro estaba pasando… sin embargo, las leyes de la física se cumplían, ¿no? 

Siguió caminando por el pasillo oscuro… una figura se acercaba, Gabriel se detuvo a preguntarle que qué estaba ocurriendo. Se sentía demasiado lúcido para que aquello fuera un sueño, pero… ¿qué otra cosa podría ser? 
La figura se acercó, y, con cierta inquietud, Gabriel vio que más que una figura era una sombra de una persona, una silueta. Una chica, casi de su edad. Tenía el pelo, negro, por los hombros y caminaba rápidamente, como mirando al suelo, aunque su cara no tenía ojos, ni ningún rasgo. Cuando se acercó, confuso, Gabriel oyó una voz tenue, una voz que provenía de todas partes…
Idiota… eres idiota… Te estoy esperando… mírame… Se quedó estupefacto, había reconocido aquella voz, la chica era un año más pequeña que él… sin embargo nunca había oído esa entonación en Hikari, tan triste, a su callada compañera de clase. Él era el primero de la clase, pero estaba seguro de que si ella no fuera tan extraña podría suponer un reto interesante… podía ver mucho potencial… ¿O sería el hecho de que era hija del compañero de su padre, Yagami Revan? ¿Y qué hacía allí? ¿Buscar a su padre? Intentó extender las manos hacia ella, pero éstas se hundieron en la silueta oscura como si fuese sólo una sombra incorpórea y desapareció. 

Ciertamente confuso y sobrecogido, el racional adolescente no podía dar explicación a esos sucesos, aunque su madre le había enseñado que cuando no podía explicar una cosa, simplemente la aceptase tal como era. Pero no era capaz… no del todo…
Siguió en su dirección, caminando deprisa. Quería descubrir el por qué de todo aquello. Otra ramificación… en la pared de la derecha había un espejo, al que se acercó casi por instinto el chico. ¿Qué vería ahí? Orientado al pasillo que no podía ver, parecía esconder un gran misterio en su pulida superficie de cristal y su marco sin adornos. Simplemente parecía ser eso, un espejo de cuerpo entero custodiado por dos macetas con plantas.

Gabriel se miró en el espejo. La sangre se le heló en las venas y miró hacia atrás por encima del hombro instintivamente, para después volver a mirar en el espejo. Sí, allí estaba. Amparada en la oscuridad había una figura. El chico, utilizando sus habilidades con la tecnología, amplió la imagen en su retina. El susto fue incomparable, cuando vio que Rex Salazar le miraba, de pie y sin sonreír, a unos diez metros. Vestido de negro, el inventor y rebelde mutante le miraba fijamente. Sus iris brillaban, como desafiándole. Demostrando que estaba en pleno uso de su poder. De nuevo, por segunda vez, Gabriel se volvió, y allí estaba. El mismo pelo negro, que él, sus característicos Goggles (El joven se palpó su cabeza… ¿Qué hacía con ellos quitados?) y ese gesto serio y analítico que le caracterizaba. Su padre emanaba un aura de autoridad que le quitó las palabras a Gabriel. Sus ojos centelleaban.

- Rex… Papá… soy yo…- Dijo el chico, acercándose a su padre. Confuso, por primera vez en su vida no se paró a pensar. 
- Ven.- Su padre extendió una mano, que el chico se apresuró a responder… tan lejos… todo pareció desvanecerse. El pasillo… su padre… él mismo… 
-¡Despierta, idiota!-Abrió los ojos, sobresaltado. 
Desde la barandilla de la balaustrada, Su hermana le miraba con gesto furibundo. Aún sin asimilar nada de lo que pasaba, Gabriel no se dio cuenta de que perdía pie… y caía… y caía… 
Un segundo después, cuando se suponía que debía haberse estampado contra el suelo, con posible fractura de cráneo y columna como mínimo y su óbito como corolario, el joven Salazar por fin abrió del todo los ojos, cogiendo aire. Estaba vivo. Pero, ¿cómo…? Su salvadora le dejó en el suelo, sin una palabra, y Gabriel no había tenido de darle las gracias a Hikari cuando aterrizó en el suelo su hermana, gracias a una cuerda que había utilizado. Eran más de 10 metros de caída libre, pero para Hikari no había sido ningún problema tomarle, Gabriel ni siquiera había notado el tirón de la gravedad.
-¿Pero qué mierdas te pasa?- Le soltó su hermana, aún más enfadada de lo habitual.- ¿Desde cuándo eres sonámbulo Gabriel?- ¿Sonámbulo? ¿Todo había sido un sueño? No podía ser, el lo recordaba perfectamente, la gente no solía recordar sus sueños. Y él nunca tenía sueños. Nunca.- Tienes suerte de que Yagami te viera caminar por los pasillos, como buscando a alguien, y me avisase… si no ya formarías parte del enlosado. ¡Así que vamos a la cama y ponle a tu estupenda puerta cibernética una cerradura que no puedas abrir dormido!- Así que Gabriel lo recordó de repente. Su puerta. Cuando había salido en su sueño-visión la puerta era normal, de madera. Y él no tenía sus goggles. ¿Qué pasaba allí? También se acordaba de la Hikari-silueta “Idiota… eres idiota…”miró a la real como para intentar averiguar qué pasaba allí, pero silenciosa como una sombra, ella ya había iniciado su camino de vuelta al edificio.
Miró a su hermana, que le atestó un capón en la cabeza. ¿Por qué ella siempre le pegaba por causas que solamente ella sabía? ¿No era consciente del peligro que implicaban los golpes en la cabeza? Los tres jóvenes marcharon bajo la luz de la luna, sin reparar en las dos figuras infantiles que les miraban desde una de las ventanas.
- Parece que lo han conseguido, Kanae...
- Lo han logrado, Sanae…
Las sombras ocultaban sus rostros, pero, además de los idénticos vestiditos, se podían adivinar unos cabellos rojizos y un lazo que decoraba sus cabecitas.

Encuentros inesperados


Chô miró por la ventana de su clase, distraído como era común en él. La clase de matemáticas le importaba bien poco, ya se lo podría explicar su hermana mayor Hikari después. La lluvia golpeaba contra los cristales de la ventana, que parecía un marco del triste día que se podía ver en el jardín de fuera.
- ¡Yagami, despierta!- Miró al profesor de nuevo, sobresaltado, toda la clase le estaba mirando, se puso rojo hasta la raíz del pelo. –Parece mentira que con una hermana como la tuya, seas así de despistado, hijo.- Le dijo el profesor, severo.- ¿Puedes decirme cómo se hace…- A medida que pasaba la clase, Chô volvió a aburrirse. ¿Pero cómo querían que atendiese todo el rato como un buen chico con el rollo que le estaban soltando? Miró de reojo por la ventana y volvió a mirar al profes… volvió a mirar por la ventana, sin creer lo que acababa de ver. La silueta, a unos cuantos metros, tenía la mirada perdida. El pelo naranja goteaba sobre el suelo, con un aire melancólico. De pie, semi-oculto por la vegetación y con su armadura de cuello para abajo, Revan Yagami, en búsqueda y captura, parecía observarle, como un fantasma, desde fuera.
“¡Papá!” Emocionado por el suceso, Chô no pensó ni por un momento en lo extraño de la situación. Revan no iba a aparecer sin más enfrente de su clase, donde todos los chicos podrían verle, estando como estaba la ciudad en alerta máxima… ¿o sí? Sin embargo, Chô pidió ir al baño, y una vez fuera y con el abrigo, echó a correr hacia la puerta de salida. Una vez en el jardín miró a ambos lados y se acercó a la ventana desde la cual había visto la figura del Jedi. A pesar de que sólo le recordaba lejanamente pues se había ido cuando él todavía era muy pequeño, había visto una y otra vez las fotos que tenía de él, Revan con la X-Force (junto a los padres de Anna y Gabriel Salazar, que chico más raro ese Gabriel), Revan con su armadura, Revan combatiendo… Revan con su familia, con ellos.
Pero, ¿dónde estaba? Poniendo mucho cuidado en ocultarse a la vista de los estudiantes gracias a su “habilidad especial”, el chico buscó en la espesura por todas partes sin hallar ni rastro del Jedi. Según se iba alejando se fue relajando en su habilidad, no quería cansarse, que era lo que ocurría si la usaba demasiado tiempo. Estaba convencido… Revan le había encontrado, por eso estaba mirándole así… ¿dónde podría estar? ¿Habría visto también a Hikari? ¿Habría encontrado a su madre, donde quisiera que estuviese? ¿Estaría…
-Eh, gilipollas.- Enfrascado en su búsqueda y en sus pensamientos. Chó había ido a meterse de lleno en un territorio que según se veía, no le convenía para nada.
- Estás en nuestro territorio, idiota, sin permiso.- Dijo Brian Bagger, y de la caseta que había detrás del edificio escolar salieron el resto de su pandilla, la más temible de la escuela. Y de entre ellos, el más temible era Brian. –Sí, idiota- Corearon el resto del grupo. Jugadores de fútbol (Fútbol americano), y con todas las papeletas para ser luchadores de lucha libre, los seis armarios miraron al enclenque chico con cara de querer partir huesos. –Sabes lo que pasa a los que invaden nuestro territorio, ¿verdad, canijo?- Dijo Brian mientras se acercaba a Chô, que se alejaba. Claro que lo sabía. El otro día Matthew Wells había llegado a clase con un brazo roto porque se había atrevido a contestar a una de las bravuconadas de Brian, y con magulladuras por todo el cuerpo. Así que él estaba listo. Dio con la espalda en una pared de ladrillo, lo habían acorralado… Vaya… el ladrillo era bastante duro para su cara…
- Te vas a enterar, idiota!
- Brian…- Uno de sus amigotes le tocó el hombro y señaló a unos metros, con una mirada muy significativa, Chô siguió la dirección de su dedo, y dio las gracias al cielo por el vínculo telepático que compartía con su hermana. Había estado a punto de no contarlo, si había alguien que podía vencer físicamente a Brian y a su pandilla, esa era Hikari, y ellos lo sabían. Ella, sin decir nada se acercó hacia donde estaba el matón amenazando a su hermano. Éste suspiró al verla, ostensiblemente. Demasiado. Con ira, Brian Bagger le agarró de las solapas.
- ¿Te crees que tu hermanita va a poder salvarte esta vez, gilipollas? Escúchame bien, somos siete. ¡Siete! Aunque pudiera con cuatro de nosotros sólo necesito esto- Mostró su puño, del tamaño de su cabeza, amenazadoramente cerca del rostro del pelirrojo, y lo echó hacia atrás, listo para zurrarle.- Te voy a dar hasta que le duela a tu madre, aunque seguramente ya ni lo sienta.- Alzó la mano, aunque no pudo arrear el puñetazo debido a la asombrosa patada que había recibido por parte de alguien. A continuación todos los matones miraron a Hikari, pero ésta, tranquila, seguía, resguardándose de la lluvia, apoyada en la pared. Así que cuando sus mentes simiescas asimilaron que ella no había tenido nada que ver, miraron de nuevo al matón, en el suelo, bajo la bota femenina de alguien más.
Antes he dicho algo que era falso. Brian no era el más temible de la pandilla, no. Era ella.

Anna Salazar se agachó sobre Brian, que la miraba con ojos muy abiertos, y lo agarró de la ropa como él había hecho antes con Chô, para sacudirlo con violencia. - ¿Qué te he dicho de hacer bromas con los padres de nadie, gorila sin cerebro? ¿Eh? ¿Qué te he dicho?- Los otros se habían quedado paralizados, incluyendo a Chô que también la miraba con mucho miedo. A pesar de que, objetivamente, le había salvado de una paliza, su reputación la precedía y no tenía fama precisamente de buena persona ni de tranquila.
- Como te vuelva a oír metiéndose con sus padres, te heriré algo más que el orgullo, ¿me has entendido?-Dijo Anna, “olvidando” la patada con la que había derribado al matón de casi dos metros.- ¡Dímelo! ¡¿me has entendido?!- Sólo dejó de zarandearle y de gritarle cuando captó que él asentía débilmente con la cabeza. – Bien. ¡Vosotros!- Ladró a los otros secuaces- ¡¿Qué hacéis aquí todavía?! ¡Recoged a este idiota y meteos en vuestra madriguera!- Se quitó de encima del derrotado Brian, al que ayudaron sus amigos a levantarse y se fueron. Entonces se volvió a Hikari, pasando olímpicamente de Chô.
- Vaya, pero si es la niña-prodigio Hikari Yagami…- Dijo con una voz helada. – Anna Salazar-Replicó ésta en el mismo tono. La tensión podía cortarse con un cuchillo. Era obvio que Anna había atacado sólo porque Brian se había metido con un miembro desaparecido de la X-Force, Charlie Starsys. – Tengo una duda, Yagami… ¿cómo has sabido que estaba por aquí para defender a tu querido hermanito por ti? No has movido ni un solo músculo para hacerlo.
Chô sonrió, Anna Salazar no conocía la habilidad de Hikari para identificar a los demás por sus emociones, incluso aunque no los estuviera viendo. Su hermana era un verdadero prodigio, lo que no se podía decir tanto de él, claro. Pero a él no le parecía mal, ya que sabía que su hermana siempre estaría con él. Siempre.
- Intuición.- Dijo ésta, secamente. – Chô, vamos a clase otra vez.- Le ayudó a levantarse pasando por delante de Anna que la miró entrecerrando los ojos, fastidiada porque Hikari no había querido seguirle el juego. Vaya… Se parecía a su hermano Gabriel. Menudo rollazo, pensó.
De camino al instituto de nuevo, Chô se preguntaba cómo habría sabido su hermana dónde estaba, ésta le respondió como si le hubiera leído el pensamiento, rompiendo su mutismo habitual. – Tenemos un lazo telepático, ¿recuerdas? Puedo saber lo que piensas, sobre todo con la emoción que impregnaba toda tu mente. Y quería decirte… que no persigas fantasmas.- Chô iba a interrumpirla, airado, pero el aura de solemnidad que emanaba su hermana se lo impidió.- Si papá está aquí y quiere hablar con nosotros, déjale que lo haga a su ritmo, ¿de acuerdo? No te metas en problemas por algo que puede no ser verdad.- 
- No… Papá volverá a por nosotros. ¡Estoy seguro!- Dijo Chô mientras entraba en su clase, mojado y con el abrigo puesto.

Hikari, pensativa, se quedó mirando la puerta por la que había desaparecido su hermano.
“¿Dónde estás, papá? ¿Qué haces que no vienes a buscarnos? ¿Cuánto tiempo durará su fe?” Y, con un movimiento muy sutil, desapareció, sin percatarse de que Anna Salazar les había seguido y había escuchado toda la información, con el ceño fruncido.

martes, 27 de diciembre de 2011

...


Techo, abovedado.
Suelo sucio.
Agradable penumbra.
Y un lejano gramófono antiguo cuya música, ligeramente animada, tiene interferencias.

                                          

lunes, 26 de diciembre de 2011

Errantes.

Soy una tonta. Desde que me dijo que le estaban buscando debí asumir que, tarde o temprano, me pasaría a mí. No podríamos ser completamente felices nunca.
Pero no lo asumí. Cada vez que llamaban a la puerta de la verja, cada coche que paraba, pensaba que era él. Que volvía a estar con nosotros. Pero nunca era así.
Estoy en la cocina, mientras, Hikari lee un libro (Hikari se ha vuelto una niña muy tranquila, ¿habrá salido a mí?) y Chô está jugando más con un montón de bloques. Desde que Revan se fue nos hemos dado cuenta de cómo influía en nuestras vidas, me abrazo, recordándole una vez más. ¿Qué estará haciendo en estos momentos? ¿Habrá conseguido despistarles? ¿Estará luchando contra ellos? La duda me carcome, pero no puedo hacer nada para buscarlo. No con los niños. 
Alguien llama a la puerta, ¿quién será? Los repartidores ya pasaron esta mañana, al igual que el correo. El pedido no lo espero hasta dentro de un par de horas… A lo mejor es algún amigo de los chicos que viene a hacer una visita sorpresa… Mañana es el cumpleaños del peque. Sí, seguramente será Jackie que viene a jugar con él. Chô es tan activo… todo lo contrario a su hermana, claro. El otro día me pidió que si podía comprarle otro libro que había visto por internet. La verdad es que esta niña ya no lee, ¡devora los libros! Pero mientras sólo sea eso, a mí no me parece mal. Eso sí, sigue yendo a kendo, aunque ya no lo imparte su padre, ha mejorado muchísimo.
Me acerco a abrir la puerta, justo antes de tocar el picaporte tengo un extraño sentimiento. Un sentimiento… de que algo va mal. Un escalofrío me recorre la espalda. Sin embargo, hace mucho que no siento nada extraño, y, por acto reflejo, lo deseché. 
Mal hecho. 

Cuando agarré el picaporte, me di cuenta. Los brazos transparentes ya me estaban atravesando, no podía hacer otra cosa. Abrí la puerta. 
La mujer pelirroja que estaba al otro lado era muy extraña. Unos largos cuernos sobresalían de su cabeza, y me miraba fijamente. Los brazos transparentes surgían de su espalda.
- … Tú eres Charlotte Starsys. 
En ese momento mi instinto de supervivencia pudo más que la rutina, y, pasando la mano por el bolsillo, convertí mi móvil en una cuchilla que se lanzó hacia la joven. 
Ésta la miró mientras pasaba a su lado (¿Cómo he fallado a esa distancia?) y acto seguido se eleva en el aire. El pelo cae sobre su cara, destacando más sus ojos rojos y sus cuernos. Un demonio. 
Entro a la casa cerrando la puerta. Los niños están a mis espaldas. No puedo hacer nada. Tengo que salvarlos. 
- Nenes, idos por la puerta de atrás, ¿de acuerdo? Idos corriendo. 
- ¿Por qué mamá? ¿Esa chica es mala?- Preguntó Chô, que había visto a la otra mutante. 
- No mamá. Yo me voy a quedar a protegerte. Papá me dijo que cuidara de ti, y somos una familia, no? Además… Esa chica da mucho miedo. Su mente es muy extraña. 
La miro, extrañada, pensando en lo que ha dicho. ¿Su mente…? ¡eso es! Podría utilizar lo mismo de lo que habla mi hija, podría simplemente atacarla mentalmente. Normalmente los mutantes de tipo físico tenían carencias en el psicológico. Era algo que había aprendido en mis años en la X-Force.
- Hija, no puedes quedarte aquí. Tienes que cuidar de Chô, ¿de acuer…?
Un estruendo me interrumpe. La entrada estaba cortada limpiamente, la mutante-demonio se acerca por el aire solemnemente. 
Qué enternecedor. 
Intento hacerlo, intento meterme en su mente. Leer sus pensamientos, leer en sus movimientos para poder evitarla…
TERROR.

La escena se convirtió en un caos. Los muebles tirados por doquier, las paredes cortadas por la misteriosa fuerza invisible que poseía la mutante… y mi madre, en el suelo. Volví a mirar, por si me había equivocado. Mi madre, en el suelo. Caída. Inconsciente. 
Inexpresiva, la mutante demonio bajó al suelo, buscando su pulso. Pareció satisfecha con lo que encontró, porque cogió el cuerpo sin hacernos caso y se levantó de nuevo. 
Mamá… mamá…
Mamá diciendo: ¿Hikari, no quieres salir a jugar fuera con lo bueno que hace?
Mamá diciendo: Vaya, cómo has mejorado con la espada. Tu padre estará orgulloso cuando vuelva.
Mamá arropándome por la noche, dándome un beso en la frente: Duerme bien, cariño. Y sueña con los angelitos.
Mamá cuidando de mí cuando estaba enferma.
MamásonriendoMamáabrazandoMamásaludandoMamábesandoMamáregañandoMamádisfrutandoMamáenseñando…
No se te ocurra tocar un solo pelo a mi madre.
La espada, dorada, brillaba como nunca lo había hecho, tanto que el pequeño Chô se tapó los ojos instintivamente mientras yo volaba hacia la otra mutante. Ésta giró la cabeza sin embargo, no me hizo ni caso. 
-No quiero luchar contra ti. Al menos no ahora. Guarda tus energías, pequeña Jedi. Guárdalas contra los verdaderos enemigos.
Mi espada se detuvo en el aire un momento, pero yo usé el truco que mi padre me había dicho. ¿Cómo puedes sujetar algo que puede pasar a través de tu fuerza? Apreté los dientes mientras me concentraba. La espada se empezó a doblar, en silencio, y a continuación se alargó. Muere.
Lo había conseguido. La espada era luz, algo que toda su fuerza no podía evitar. Se dio cuenta justo al final, demasiado tarde. Justo a tiempo. 
Uggggghhh.- Cayó de rodillas, mientras su espalda humeaba. El agujero que había abierto con mi espada no era tan grande como pretendía, pero aún así le había demostrado que toda su prepotencia y su defensa perfecta habían fallado. 
Lamenté haberlo hecho. Lo lamenté al ver la mirada que me lanzó. Una mirada que aún hoy puebla mis pesadillas. 
Sin embargo, se sobrepuso y repitió lo que dijo antes. No quiero luchar contra ti. Esta vez más entrecortado. Ya que estaba sangrando por un costado, cojeaba un poco de ese lado, pero se sujetó psiónicamente (Chô y yo también podíamos ver sus manos fantasmales, con las que me había agarrado), y se impulsó, desapareciendo en la lejanía, con el cuerpo de mi madre, mientras mi hermanito me agarraba de la mano. No había sido capaz de protegerla. Mi fuerza no había bastado… Apreté la mano con la que agarraba la de Chô. No dejaría que mi fuerza fuera un impedimento nunca más para proteger a mis seres queridos. Jamás.
Y estamos aquí.

Momento de partir.

Revan se sentó en el banco, apesadumbrado. ¿Cómo podía estar ocurriendo aquello?
Miró, agradecido al buen hombre que había ido decidido a darle la noticia. El tiempo empezaba a ser frío en aquella época del año. Pronto, ya no podrían comer fuera. El otro se sentó a su lado, con las manos en el gran abrigo negro.

- Lo siento. Los amigos que tengo en la ciudad me lo confirmaron. Te han encontrado, no tardarán en venir a por ti.

El jedi, con lágrimas en los ojos, incapaz de decidir qué hacer, apoyó la cabeza en las manos. Le habían encontrado. Él era mutante, lo sabían. Era un rebelde, era de la X-Force. Eso también lo sabían. Durante todos esos años, en la costa este, el odio a los mutantes se había exacerbado tanto que, para uno, ser mutante viviendo en NY era prácticamente un suicidio. Se hablaba de Centinelas patrullando las calles, detectores de Gen X a la entrada de la ciudad… modernas barreras tecnológicas contra mutantes… Y ahora, la represión iba a caer sobre ellos. 

Seis años. Seis años en los que Revan y su familia habían vivido en el Paraíso. Pero todo lo bueno acaba, por desgracia, y parecía que eso no iba a ser una excepción. Notaba cómo todo se derrumbaba. La vida normal que había construido para su familia, como un castillo de arena, sería arrastrada por las olas de la intolerancia y el racismo. Y él no podía hacer nada para evitarlo… Había sido tan feliz… Le hubiera gustado vivir así para siempre. 
- ¿Qué vamos a hacer…?
- Eh, Revan, tío. Tranquilo. No todo está perdido. ¿Recuerdas que te he dicho que ya te tenían situado? Vale. Pues sólo te tenían situado a ti. No saben que estás aquí con tu familia. Para ellos, eres como un peligroso terrorista oculto en una pradera.
Levantó la cabeza de las manos. Entreviendo una esperanza. Todavía no estaba todo perdido. Todavía podía salvaguardar algo de esa felicidad que había conseguido. 
- Oye, Bill, necesito un favor.
- Claro hombre, lo que quieras.


La moto se acercaba por la carretera, Charlie, desde el porche, esperándoles, como siempre, con Chô a su lado mientras jugaban al veo-veo. El pequeño, a sus 4 años, tenía un dominio envidiable de la lengua, y era más abierto que su hermana. Se puso a palmotear contento a la llegada de su papá y su hermana. 
- Hola, peque- Dijo Revan, aparentando la misma alegría de siempre, y acto seguido dio un beso a su mujer, como hacía todos los días desde más de 6 años atrás, desde el día en que se casaron.
Cuando el hombre pasó al interior de la casa, a acabar de preparar la comida (aunque parezca increíble, Revan era un gran cocinero), Hikari, ya con 9 años, se acercó a su madre. 
-Mamá… ¿Por qué papá está tan triste?
Charlie miró a Revan, si había algo que la preadolescente sabía hacer como nadie, era leer en el interior de las personas como un libro abierto. Sus miedos, sus dudas… sus sentimientos… Charlie recordó cuando, algunos años atrás, la pequeña siempre tranquilizaba las dudas de su madre con sus sabias palabras. Siempre parecía saber qué decir, siempre parecía saber en qué punto dudaba ella… Era un poder bastante interesante en batalla porque siempre parecía saber cuál era el punto débil del adversario, eso sumado a su técnica, heredada de Revan, hacían de Hikari una combatiente perfecta.
Charlie se acercó a Revan por detrás y le rodeó con los brazos, apoyando su cabeza en el hombro.
- ¿Hay algo que te preocupa, Revan, cariño?- Le susurró al oído. Observó que tenía los nudillos blancos y los dientes apretados. No estaba preparando la comida.
- ¿Qué ocurre, mi amor? Sea lo que sea, podemos afrontarlo juntos. Ya lo verás.- Dijo la mujer dándole la vuelta y apoyándose sobre su pecho. Él la apartó delicadamente para volver a mirarla a la cara. 
- Cariño… sabes que yo te quiero, ¿verdad? Que lo eres todo para mí… Dios, no soportaría perderte.- La besó con una fuerza inusitada. Como si fuera el último beso. Charlie empezó a tener miedo. 
Por la puerta entró Hikari llevando al pequeño Chô de la mano y mirando fijamente a su s padres, abrazados. 
- ¿Papá? ¿Qué te pasa?¿Por qué estás tan triste?
Él se agachó, acariciándole la mejilla con infinito cariño. 
- No estoy triste, cielo, lo que pasa es que estoy contento, muy contento de que estemos todos juntos, y por eso estoy llorando.
- No es verdad, estás…- su padre la calló poniendo un dedo en sus labios, y revolviéndole el pelo al pequeño Chô (“jo, papá, no hagas eso”, que sacó una sonrisa de Revan)
Se levantó y se directamente a la habitación que compartía con Charlie, abriendo una bolsa de deporte y empezando a meter cosas.
- ¿Te vas? ¿Qué ha pasado? … Nos han encontrado, verdad..- Así, Charlie intentaba romper el mutismo de su marido. No tenían secretos, pero por una vez, ella tuvo que forzar su mente y leerle el pensamiento. Descubrió la conversación. Sus pupilas se empequeñecieron.
- No te vayas. Lo defenderemos. Lo defenderemos entre los dos. No podría soportar que no estuvieras aquí. Piensa en los niños…
- Precisamente por eso lo hago, Charlie. Ellos no se merecen vivir ese odio. Y tú tampoco. Sólo me han encontrado a mí… lo mínimo que puedo hacer… es salvar lo que pueda del paraíso… amor mío…
Ella no desistió- Lucharemos juntos. Defenderemos nuestro hogar. Podemos hacerlo.
- No, no. ¿no lo entiendes? SE acercan, son demasiados. No… no podemos hacer nada. Te quiero… No podría soportar que te hicieran daño. Ni a ellos.- Señaló a los niños, que se apoyaban en el quicio de la puerta, y les dijo que se acercaran, entonces les dio un fuerte abrazo. – Hikari, cuida de mamá. Creo que ha llegado el momento de que te entregue esto. – Le dio el mango de Lightsaber que había preparado para ella, sin grandes ornamentos, sin embargo era efectivo. – Ya sabes cómo usarlo. Usa tu poder, te he enseñado bien. Chô… Cuida de mamá, ¿de acuerdo? Ahora tú eres el hombre de la familia. 
Charlie se abrazó a su marido, ocultando el rostro en su hombro. No quería que se fuera… Quería vivir su vida con él, todo el tiempo que habían pasado juntos parecía insignificante ahora que él se iba. 
- Chicos, cuando vuelva espero veros convertidos en unas personas hechas y derechas, ¿de acuerdo?- Dijo, con una sonrisa mientras se levantaba el cabeza de familia. 
Aparte, a Charlie, le dijo:- ¿Recuerdas nuestra primera “cita”? ¿La bolsa de deporte? Bien, pues allí siguen estando todos mis ahorros. Son vuestros.
- Sigues siendo igual de ingenuo, amor mío. “A mí no se me habría ocurrido guardar el dinero en una bolsa de deportes. Más que nada porque es muy... de cómic”. ¿te acuerdas?
Revan no pudo evitarlo. La hundió entre sus brazos y unió sus labios con los de ella, una última vez. 
- Te amo y seguiré haciéndolo cuando vuelva.
- Te esperaré toda la vida.
- No tardaré tanto.
Se puso la armadura de Jedi, no podía cargar con ella de otra manera, y además, quería que le reconocieran, quería que vieran que no estaba en aquella dirección. Quería apartar su atención de Charlie y los niños.

Cuando se fue, su mujer sabía que con él se iba una parte de su corazón.
Los niños le saludaban.

domingo, 25 de diciembre de 2011

A LITTLE PIECE OF HEAVEN

En el porche de la casa de campo, rodeada de una pradera y algunos cultivos, la mujer observó la moto alejarse, mientras se acariciaba la barriga, en la que ya se veía un abultamiento considerable. Cuando volvió al interior, Charlie se puso a hacer tareas domésticas, sin prisa pero sin pausa. Prefería estar haciendo algo, tener la mente ocupada… No quería perder aquél pequeño oasis de felicidad en el que se había convertido su mundo. Observó a lo lejos el pueblo, al que había ido la moto. En ella, su marido, Revan, llevaba a la pequeña Hikari a clase y él mismo iba a su trabajo. Sonrió moviendo la cabeza. A pesar de la paz que habían encontrado allí, el activo mutante no podía parar un momento quieto y había aportado vitalidad al pueblo. Habiendo concienciado a los aldeanos de lo importante que era saber otros idiomas, el pelirrojo había abierto una pequeña academia de japonés en la que daba clases a niños y a adultos, tres días a la semana. Como eso no significara gran cosa económicamente, paralelamente llevaba un pequeño gimnasio donde daba clases de kendo, artes marciales que involucraban espadas. Su técnica refinada era la envidia de muchos combatientes, y ya había llevado a sus alumnos a algún campeonato que otro. Todos los niños estaban encantados con sus clases, y en saber manejar una espada “como un ninja”, así que nunca faltaba negocio para el hombre. La misma Hikari iba a sus clases, y, aunque no exteriorizaba sus sentimientos, Charlie internamente sabía que le hacía mucha ilusión llegar a ser tan buena como su padre. A la hora de comer, oyó de nuevo la moto llegando por el camino que les separaba del pueblo, de un kilómetro escaso de longitud, estaban, como a ella le gustaba decirlo, “en medio de la nada”. 
- Hola cariño…- La saludó Revan con un beso mientras Hikari se bajaba de la moto y se quitaba el casco. Hizo un ademán de ir arriba a jugar, pero su madre le leyó la mente (literalmente). - Jovencita, no tan deprisa. Primero vamos a comer. Pon la mesa. 
Una vez sentados, en el exterior, con el sol cayendo sobre ellos suavemente y el aire susurrando en torno a su pelo, atacaron la comida.
- Entonces, ¿Qué tal ha ido hoy el colegio? ¿Te han dado algún examen?-Preguntó el Jedi a su hija mientras cortaba la carne y se la metía en la boca.
- Sí, papá-Tan serena como siempre, la pequeña mantenía una elegancia natural hasta en una tarea tan cotidiana como comer.– Me han dado una A. – Revan sonrió. “Esa es mi chica!” Después de comer, mientras Hikari iba a hacer los deberes, Revan se sentó junto a Charlie en un banco que había a la entrada de la casa, mirando al cielo.

-¿Sabes, Char? Creo que no importa cuánto tiempo nos quedemos aquí, no me cansaré de este sitio mientras en él haya dos cosas que amo.

- ¿Dos?- preguntó ella, observando cómo se movían las nubes en el cielo. La calma que parecía adueñarse de aquél momento todos los días hacía ralentizarse el tiempo. - Sí. Una, es la paz. Una paz que creía utópica… Aquí existe esa paz, esa calma. Creo que, si nos vamos algún día, la echaré de menos. Todo parece transcurrir como las olas en una playa tranquila. A pesar de que llevemos aquí ya dos años no creo que me canse nunca. La otra cosa… la otra cosa eres tú, amor mío.- La miró a los ojos sonriendo.-No creo que pudiera disfrutar de esta vida perfecta yo solo.- Ella sonrió y le respondió con un beso, para apoyar luego la cabeza en su hombro, mirando al cielo. Mientras el tiempo discurría en aquella pequeña comarca, “en medio de la nada”, quedaron así, uno junto al otro, abrazados, sosteniéndose, en el mundo perfecto para ambos. Aquella tranquila región de los Estados Unidos no se había visto aún envuelta en los preocupantes acontecimientos de la costa este, había muchos sitios en los cuales los mutantes estaban teniendo problemas. Cuando empezó todo aquello, los disturbios contra los mutantes, la propuesta de Ley de Registro propuesta por tal senador, Revan comprendió que era momento de desaparecer. Tiempo antes hubiera permanecido en New York, pero ahora… Ahora tenía alguien a quien cuidar. Hikari y Charlie dependían de él para mantenerlas seguras… Allí nadie les conocía ni sabían que eran mutantes, además, era un pueblo pequeño y nadie denunciaría a nadie por ser mutante. De hecho, Charlie, que no había querido quedarse de brazos cruzados mientras Revan mantenía a la familia, era escritora en una pequeña revista local pro-mutantes semanal. Además de intentar fomentar la igualdad, la comprensión y la tolerancia, la revista le había dado la opción, ya que sabían que vivía fuera del pueblo, a mandar su trabajo por e-mail. Sin embargo, Charlie salía a menudo de la finca en la que tenían su hogar, de compras, a tomar un café, al cine… A pesar de que la moto solar de Revan (cuyos paneles solares, optimizados por Rex Salazar, captaban el 100% de la luz solar y también había que proporcionaban energía a la casa) era el medio de transporte más común entre la casa y el pueblo, la chica solía ir andando y animaba a Hikari a hacerlo, ya que decía que eso fortalecía las piernas y le hacía a uno crecer sano. Observó el viento mecer los cultivos y pastos, que se perdían en el horizonte, ausente. Feliz. -… Papá- La poco expresiva voz de su hija devolvió a Revan a la realidad y se volvió hacia ella. Charlie había caído dormida, con una sonrisa en los labios. Otra cosa que le encantaba al ex-guerrero era que su esposa cada vez sonreía más. Cada vez parecía más feliz. - Hoy había Kendo, ¿recuerdas?- Con mucho cuidado, Revan levantó la cabeza de su esposa y la colocó en el banco, despidiéndose de ella con un beso en la mejilla e instando a Hikari a imitarle, para después montar en la moto y ponerse el casco. Cuando Charlie abrió los ojos, estaba sola. A lo lejos veía la moto, que se iba haciendo más pequeña cada vez, y, aún medio adormilada, movió la mano sobre su cabeza, saludando para decirles adiós… Todo era perfecto, pensó, con una sonrisa. No eran ricos, pero el dinero que conseguían les daba para vivir holgadamente. Su marido, por fin, tenía el descanso que, según ella siempre se había merecido, y tenían una hija que a sus ojos era encantadora. El cielo azul y el brillo del sol iluminaron su rostro una vez más, cuando se levantó con cuidado y se dirigió a la entrada de la casa. La vida que crecía en su barriga la ilusionaba mucho… le habían dicho que sería un niño. Entró en la casa después de mirar por última vez a la ahora desierta carretera, y se sentó al ordenador, abriendo un documento vacío. Normalmente tenía algún artículo de reserva, pero le gustaba ir al día. Se preguntó de qué podría escribirlo Miró por la ventana, desde la cual se veía un trocito de carretera junto con las praderas sin fin, y sonrió. Sus ojos azules se posaron en el brillo del sol y el susurro del aire mientras comenzaba a teclear el título.                 "A Little Piece of Heaven"
BIENVENIDOS AL NUEVO ZHYRESHAK BLOG (tengo que cambiar unas cuantas cosas aún), de cosas random: Reflexiones pseudofilosóficas de un servidor, historias mutantes con personajes que aprenderéis a conocer y a querer (o igual no) o descubrimientos que haga por el mundo de la internés. Mire sin compromiso, y si le gusta, vuelva.