sábado, 8 de diciembre de 2012

Historias


La puerta, oxidada en algunas partes, se abrió con un chirrido, y una cabellera  castaña se asomó a la oscuridad de la noche.- Es muy tarde y estoy retirada. Lárguese.- Sin embargo, la otra persona, con un enorme abrigo y capucha y bufanda, embozada, no se iba a ir de allí tan fácilmente.- He recorrido demasiado mundo como para desistir ahora,- Dijo con determinación.- Rioco.- La moradora de aquel tugurio abrió los ojos del todo, sorprendida por aquél timbre que hacía tanto tiempo no oía. Los ecos de una infancia feliz resonaron en los recovecos de su mente, y abrió un poco más la puerta para dejar pasar a su visitante.- ¡Tú! ¿Qué haces aquí?- dijo sin enfado, simplemente sorprendida. Cuando la puerta se cerró con otro chirrido, la joven se quitó la bufanda y la capucha, dejando ver una melena de color rojizo, rematada por unos cuernos apenas visibles.- Las cosas están peor que nunca.- dijo, bajando sus hermosos ojos verdes.- Eso he oído.- Con unos vaqueros viejos y una camiseta sucia, Rioco retiró una masa enorme de cosas sin identificar del sofá e invitó a Kanae a sentarse mientras ella se dirigía a una especie de cocina que había en la misma habitación. Ésta negó con la cabeza.- No puedo estar mucho tiempo aquí. Ya me habrán detectado y me estarán buscando. Quería pedirte…- Vaciló unos segundos, apretando los dientes.- Necesitamos tu ayuda, Rioco.  Por favor. Revan y Charlie han desaparecido. Jaguar ha tenido que hacerse cargo de sus hijos, y ya quedamos tan pocos… Pronto ellos dominarán todo.- La morena dejó las tazas humeantes en la mesita, apagando la televisión, con aquél videojuego de la serie ninja del momento al que estaba jugando- las aventuras del silencioso Magakaru!-  y puso los brazos en jarras.- ¿Cómo me has encontrado? ¿Ha sido esa vieja, verdad? Kula… Me da igual. No pienso hacer nada. Me gusta cómo está Tokio.- Dijo con firmeza, aunque las dos sabían que no era verdad. Antes de llegar allí, Kanae había tenido que vérselas con un Carroñero, un mutante antropófago de los que empezaban a proliferar en las grandes ciudades. De color oscuro y mente más oscura todavía, hacían un buen servicio a los verdugos que intentaban acabar con su raza. Unos traidores. Ese se había llevado su merecido. Su máscara ahora yacía rota en alguna callejuela de la ciudad japonesa.
Por su parte, Rioco sabía que no podía durar para siempre en aquél viejo piso de la zona antigua. Pronto, los Centinelas decidirían que también era una amenaza y querrían deshacerse de ella. Pero no era todo tan fácil. Ambas recordaban las discusiones como si fuera ayer, aunque hubieran pasado años.
“¡Pero no entiendo por qué no quieres venir!” Gritaba Kanae. Rioco, encarada a ella, estaba más serena, al menos en apariencia. Una fría cólera se extendía por sus miembros. “Este mundo está podrido, Kanae. Humanos… mutantes… qué más da. Todos son igual. No pienso ayudar a los que lo único que quieren es ganar por la fuerza. Tú lo sabes mejor que nadie” Sin embargo, Kanae respondió. “¡No queremos imponernos por la fuerza! Solo nos estamos defendiendo. Sólo queremos recuperar… Lo que es nuestro” “Mírate” le espetó Rioco. “Esas ideas son las que están mal! Esas ideas que ha metido ese monstruo de Tribulation. Y pensar que ahora lo defendéis cuando hace unos años era la principal amenaza sobre la tierra… Mientras esa sea vuestra postura, señorita Godall, nunca estaré en vuestro bando!”

...En vuestro bando”- Repetía Rioco a media voz. – Los hombres mandaban en el mundo, y, sí, se les fue la mano. Pero vosotros les escupisteis en la cara y esperasteis quedar impunes. Le tirasteis una piedra al lobo y queríais que no os mordiese… Y os ha mordido hasta el hueso. No voy a ayudaros, Kanae. Es mi última palabra. Puedes decírselo a Kula y a todos.- Kanae notó como un peso adicional se venía sobre sus hombros. Pero sabía que una decisión así no podía revocarla, no tal y como estaban las cosas. Las ideas de Rex eran más radicales que nunca, como radical era el enemigo al que se enfrentaban.-… Me alegro de que estés bien.- Dijo Rioco sorpresivamente, mirando a otro lado. Los de las discusiones no eran los únicos recuerdos que le venían a la mente al ver a la pelirroja. Y sabía que a ella también le pasaba igual. Sintió deseos de decirle que abandonara todo aquello, que se quedara con ella, que olvidase la lucha y los dejase matarse entre ellos… pero, al igual que su amiga, sabía que aquello sería inútil. – Ya nos veremos…- Dijo Kanae con una sonrisa triste.- Gracias por el café.- Y, con un suspiro, cerró la puerta oxidada con un crujido.

La pelirroja se acercó a la casa, en Seattle. Hacía mucho que no pasaba por allí, pero todo seguía como lo recordaba. Salvo que nevaba.

Abrió la puerta de la casa, en silencio. Se oyó una voz lejana.- ¿Quién está ahí? Voy armado.- Sin embargo, Kanae no se amedrentó. Era un amigo suyo, un amigo de hacía mucho, mucho tiempo.
La silla de ruedas se detuvo en la puerta, y el hombre bajó el arma.- Eres tú.- Dijo sin ápice de una sonrisa.- Fuera de mi casa.- Ella lo miró, con tristeza. El arma seguía apuntando, aunque en su regazo.- Keith, yo…- ¿No me has oído? Eres un monstruo. Y los monstruos no pueden estar aquí.- Kanae lo miró, con tristeza.- No puedes pensar eso, Keith… no, tú no…- Sin embargo, lo pensaba. Con el ceño fruncido.- Todo lo que me ha pasado, todo esto,- le dio un golpecito con la mano a la silla.- Es cosa tuya, Godall. No puedo pretender que no me importa. Te odio. Largo de mi casa.- Los ojos de la pelirroja se anegaron en lágrimas.- Por favor, Keith… No digas eso…- Si no quieres irte, entonces quédate. Tendré que matarte. Las Patrullas me darán una buena recompensa por una rebelde.- Dijo él con voz fría, entre sus sollozos. Ella apenas lo escuchaba, se había cubierto la cara con las manos y luchaba por buscarle un sentido a todo aquello. ¿Por qué? Incluso él, que había sido su fuerza y su apoyo moral durante todo aquél tiempo, ¿Por qué tenía que…?

El sonido del disparo retumbó en el pasillo. Pero no ocurrió nada más. Ni un ahogado gemido y un cuerpo cayendo al suelo. Ni nada.

Kanae se quitó las manos de los ojos, para ver al ser que se interponía entre ella y el pistolero. Los enormes cuernos y la piel dura no dejaban lugar a dudas. ¿Un demonio? - Sabéis, puede que ella tenga algo de demonio…- dijo una voz a sus espaldas.- Pero realmente creo, que los monstruos sois vosotros!- De repente, el resonar de aquella voz, una voz conocida, le hizo volver a la realidad. La calle tokiota volvió a aparecer ante sus ojos, y una cazadora negra golpeaba al mutante traidor que había intentado reducirla para ganarse el perdón de los verdugos. Todo aquello había sido una ilusión. Rioco se volvió hacia ella, sonriente, y cuando sus ojos se encontraron, Kanae se dio cuenta de que no la había abandonado. Como cuando se conocieron, nunca la abandonaría.
-          ¿Es interesante eso que estás leyendo?- Le dijo el enmascarado. Anna cerró el libro rápidamente.- Me entretiene. Habla de gente con sentimientos. Sentimientos que nunca podremos tener.- Dejando el cómic, cuya portada estaba decorada con una X bien grande que formaba parte del título, en una mesita, Anna se levantó. Su uniforme se ajustaba perfectamente a sus formas femeninas, algo de lo que el hombre que tenía al lado y lo había diseñado era perfectamente consciente y que atraía la atención de muchos otros hombres. Mas no de él.
Zero movió el traje para acomodárselo. De color negro, sin arrugas o pliegues, era muy parecido a un traje de motorista o un traje de combate. – Pues tendrás que seguir ilustrándote luego. Ahora tenemos que salir.- La misión requeriría toda su atención, se dijo Anna. Sabía perfectamente de qué se trataba. Aquella organización… Aquella organización, el Nuevo Sindicato, que se había opuesto radicalmente a los principios de Rantei desde su primer encuentro. Exactamente igual a como ocurría en el cómic.

Y en aquella organización, compuesta por igual de contratistas, humanos y Dolls, había uno, bastante famosete, que se llamaba Bunker. Al menos, así le decían. Un hombre de piedra, capaz de destrozar puertas blindadas y abrirse paso hacia su objetivo o resistir varios megatones de potencia.
Su adversario perfecto.
No podrían hacerlo sin ella. ¿Quién sería más duro de los dos?
Rioco casi mordía el cojín, con los ojos fijos en la pantalla, mientras el pelo rubio del personaje, tan parecido al suyo, se movía por la pantalla.- Rioco, deberías dejar de ver esas cosas. Seguro que no son para gente de tu edad.- Dijo Will, mientras pasaba por allí con una escoba.- ¡Y tú deberías de hacer de ama de casa de Vany!- Le replicó ella a gritos, ya que él ya había desaparecido por la otra puerta.- Además, esta serie mola mucho. Anna es la más dura.- Inalterado, Will dejó la escoba en su sitio y volvió a aparecer con una lista con varios nombres y datos.- No estoy haciendo tareas domésticas- aunque tampoco quiero que esto acabe hecho un antro-, estoy intentando decidir qué misión podríamos coger… ¿Qué te parece esta?- Le preguntó, mostrándole una de ellas con el dedo. Algo de rescatar a un niño secuestrado por un malvado sobrenatural.- Uish, jejeje…- Dijo Rioco.- Seguro que esa a Vany le encanta.- Sí, tienes razón… Aunque no sé por qué le ponen tanta dificultad…- Will fue interrumpido, cuando la puerta de la calle se abrió con un estruendo.- Ya estoy aquí, ya elegí la misión que tomaremos. Dijo el cazador, quitándose la máscara.- Rioco, necesito que vayas al punto 5 y recojas el anticipo, no quiero que haya sorpresas como la última vez que nos anduvieron con un piromante… Al final tomé esta.- Le dijo a Will, señalando una que se encontraba bastante por encima de la anterior en nivel de dificultad, y que tenía que ver con un payaso.

El robot suspiró. ¿Cómo iba a salir entero si siempre estaban igual?
Solo en su habitación, el chico dejó de escribir, pasando a agarrar el ratón con la mano y clicando un lugar de la pantalla del pc, con lo que se abrió una ventana. A ver si ahora ya…
Pero nada. El destello naranja volvía a verse en la barra de tareas. Y él volvió a clicarle, escribiendo un par de líneas más en el Word.

La habitación no era muy grande. Si retrocedía medio metro con la silla, le daba a la cama, que obviamente no se podía mover más. Pero él no necesitaba un salón. Para alguien como él, aquello estaba perfectamente.
Y allí, con barba por las quijadas, unas gafas sucias y un jersey de cuello alto a rayas blancas y negras puesto como si fuera un marqués, sonrió al ver las letras que estaba esperando.

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