viernes, 15 de junio de 2012

Mushishi


Esta historia trata sobre los tiempos antiguos, tiempos en los que los mushi eran considerados criaturas mágicas y los que los veían, como locos o chamanes.
La gente, primitiva, no comprendía a estas criaturas, y les temían, considerándolos poco menos que deidades.

Sin embargo un día nacieron dos personas con un poder sin igual, nacieron un hombre y una mujer cuya sabiduría y habilidad les hicieron destacar pronto entre sus semejantes. Sus nombres eran Izanagi e Izanami, o al menos así han pasado a la historia.
Su saber era inigualable, y su manejo de los mushi espectacular. Fueron prácticamente los creadores del oficio de Mushishi al considerar que estas criaturas necesitaban una persona específica para mediar con los humanos y guardar un equilibrio. Pero eso fue antes… Antes del desastre.

Como debe ocurrir en estos casos, Izanagi e Izanami acabaron encontrándose, y pasaron a formar el matrimonio más sabio de los que poblaban Japón. Se decía que poseían una herramienta sobrenatural, hecha de un material especial, que les permitía interactuar con las corrientes de luz y que gracias a sus habilidades sobrenaturales podía crear nuevos Mushi. No ha perdurado hasta nuestros días más que el nombre de tan legendaria herramienta: Ame no Nuboko, la lanza celestial.
Según pasaban los días sus conocimientos y su prestigio iba aumentando. Conocidos en todo Japón, los cada vez más numerosos Mushishi acudían a ellos en busca de consejo y ayuda.

Hasta que ocurrió aquello. El día era soleado, pero eso a Izanami no le importó ya que estaba en la inmensa biblioteca, manejando un nuevo mushi que debería poder proporcionar calor a las zonas frías del Norte de Japón, al que llamó Kagutsuchi. Pero, a pesar de toda su sabiduría y habilidad, a fin de cuentas Izanami no era más que una mujer humana, y todas las mujeres humanas están doblegadas, una vez al mes, por sus propios cuerpos.
Y entonces Izanami cometió un error. Y Kagutsuchi se descontroló.

Las llamas cubrieron la biblioteca. Izanagi, que en ese momento se encontraba trabajando en el campo con otros hombres, vio el humo, y, adivinando lo que había pasado, corrió a la biblioteca. Pero era demasiado tarde. Izanami, aún viva, se cubría la cara con las manos, su error fatal le había valido unas horribles cicatrices y quemaduras que nunca podría quitar. Cada persona que la mirase a la cara recordaría el error que cometió.
Sin dejar que nadie la viese, Izanami se colocó un velo e, incapaz de seguir con su labor al lado de Izanagi, ingresó en una orden monástica, tratando de aislarse de un mundo que le recordaba su fealdad cada vez que la mirara, recordándole su error.
Izanagi, furioso por lo que había pasado, tomó a Kagutsuchi y lo lanzó hacia el norte, dispersándolo y ocultándolo bajo tierra para que nunca volviese a hacer daño a nadie. Muchos años más tarde los humanos descubrieron esa fuente de calor, con el agua, y se apresuraron a aprovecharla en forma de baños termales.
Izanagi, consternado por la decisión de su esposa, fue a verla, rogándole que volviera con él, diciéndole que sus cicatrices no podían ser tan malas.
Tras mucho insistir, Izanami asintió a regañadientes, haciéndole prometer, sin embargo, que jamás intentaría verle la cara bajo ninguna circunstancia.

Durante una temporada, ambos fueron felices así, pero sin embargo, Izanagi no podía evitar sentir una malsana curiosidad hacia lo que hubiera bajo aquel velo. Y un día, sucedió lo que no tenía que suceder. Comido por la curiosidad, Izanagi alzó el velo mientras ella dormía. Pero sí era tan terrible como su esposa decía, y la impresión que se llevó al verla la despertó.

Izanami montó en cólera, y mientras Izanagi huía de la casa que ambos compartían ella tomó a Ame no Nuboko y, ciega de furia y de odio, creó al mushi definitivo, un mushi que devoraría la tierra sepultándola bajo un manto de cenizas, que convertiría todo Japón en un horrible erial para que, al mirarla, los japoneses no viesen a un ser deforme y quemado, sino a un reflejo de su propia miseria.
Las nubes taparon el sol, y la noche se apropió de los caminos. Miles de millones de personas murieron acosadas por los mushi, que se descontrolaban, y éstos a su vez eran devorados por el mushi definitivo, un mushi con forma de una oscura e inmensa nube, con ocho cabezas para las ocho islas de Japón.

Sin embargo, Izanagi, más diestro que ella en el arte de los Mushi, tomó su cuerpo y se sacrificó bajo la promesa de que, mientras su legado continuase existiendo, la tierra por la que ambos habían luchado nunca perdería la esperanza ni se convertiría en un erial.
Izanagi tomó su ojo derecho, y lo convirtió en un mushi ardiente, un mushi que tomaría la forma del sol y que, aunque no permitiría que nadie se acercase bajo riesgo de consumirlo, sustituyó al sol bajo la nube oscura y permitió que las plantas y los animales siguiesen viviendo, previniendo la destrucción física de la naturaleza de las islas. Amaterasuu.
Después, tomó su ojo izquierdo, y lo convirtió en un mushi frío, un mushi lunar que, cuando Amaterasuu descansase, iluminaría la tierra con una luz pálida y fría que sin embargo alimentase las almas de los habitantes de Japón y de los mushi, previniendo la destrucción de la cultura y el arte de las islas. Le dio de nombre Tsukiyomi.
Por último, y con sus últimas fuerzas, tomó su nariz y con ella hizo al que sería considerado al salvador de las islas, al que resultaría vencedor contra la lucha del mushi oscuro. Susanoo, el mushi de las tormentas, sopló y sopló provocando huracanes en su lucha contra el mushi oscuro, hasta que el sol volviera a brillar sobre la tierra.
Izanagi había muerto, sí, pero había derrotado a su furiosa esposa. Ésta, aún ofendida, estuvo a punto de continuar con su espiral de destrucción, pero viendo todo el daño que había causado, los dioses decidieron que ya era hora de detener la batalla y que cada uno recibiese el castigo que merecía. Y así, crearon un mushi inmenso, que, en su tarea celestial, castigaría a los mushishi que violasen las reglas y, como Izanami, cruzasen la línea. Y así es como, el Kuchinawa, borró a Izanami e Izanagi de la faz de la tierra y del recuerdo de sus habitantes.

Sin embargo, sus hazañas y su historia perduró en el imaginario de los habitantes de aquellas islas y ha llegado hasta nosotros con los tintes con los que la conocéis.

martes, 12 de junio de 2012

Parecidos ¿Razonables?

Ese momento en el que recuerdas qué cara le ponías en tu mente a algunos personajes (en este caso son dos de Harry Potter) y lo más gracioso es que todavía no conocía a los personajes estos:

1.- Remus Lupin (no es coña, en el 3º libro me lo imaginaba así)
(Profesor S. Tornasol, Tintín)
2.- Barty Crouch padre (Harry Potter y el Cáliz del Fuego):
Al principio del libro (Cuando aparece normal)

Cuando está bajo los efectos de la Maldición Imperio y se aparece ante dos Campeones

El personaje (Que juro que no conocía cuando leí el Caliz de Fuego) es Soichiro Yagami (Death Note)


Y sí, cuando me di cuenta me quedé WTF

miércoles, 6 de junio de 2012

Zero

Nombre real: Se desconoce 
Apodo: Se desconoce
Messier Code: AA000 (No identificado por el momento) 
Descripción física: Varón blanco de edad desconocida, de entre 20 y 30 años, de constitución más bien delgada. No se han encontrado coincidencias dentales, de ADN, o de huellas. La ropa es demasiado genérica y sin etiquetas y era completamente negra.
Altura: 1'80 metros 
Peso: 70 kg 
Tipo: Contratista 
Habilidades: Control de mentes, enfocado al ilusionismo. 
Compensación: Llevar la cara parcial o totalmente oculta (Las gafas de sol no se considera que oculten la cara en la medida suficiente). El recluso realiza dicho pago por medio de la utilización de máscaras con distintos motivos decorativos.
Notas: 
1.- La compensación debe de ser simultánea al uso de su poder por lo cual sin tener el rostro oculto no es capaz de crear ilusiones.
2.- ESTE RECLUSO NO ES UN CONTRATISTA CUALQUIERA. ES MUY PELIGROSO Y AÚN SIN PODERES DEBE SER ENCERRADO Y TRATADO CON EXTREMA PRECAUCIÓN. ESTÁ PROHIBIDO TERMINANTEMENTE CUALQUIER CONTACTO CON ESTE RECLUSO SIN AUTORIZACIÓN PREVIA DEL ALCAIDE.


El hombre con traje miró el informe que le presentaba el guardia de prisiones mientra caminaba por el pasillo con luces tenues. Los datos eran escalofriantes. Su edad era desconocida, así como su pasado. Varón blanco, de constitución media, no había equivalencias en la base de datos y no se conocía su Messier Code. No tenía antecedentes, pero era bastante obvio que era un contratista. Cuando había empezado todo aquello, su contacto le previno.
- ¿está seguro de que eso es lo que quiere? No se lo recomiendo en absoluto. Ese hombre está demente. De hecho, aunque está en la cárcel, no dude que se dejó atrapar. Allí estaba, en la acera, con los sacos llenos de dinero a su alrededor. Si es un contratista, no es del tipo que conocemos.- Sin embargo se habían clasificado sus poderes con relación a la creación de ilusiones, y su pago a llevar la cara oculta, cosa que normalmente hacía con una máscara.

Sus pasos resonaron en el corredor. El pasillo estaba vacío. No había puertas en los laterales, sólo había una al final del pasillo, grande y de acero, con una mirilla y una cerradura tradicional. El guardia de la prisión se lo había explicado... Estaba confinado en alta seguridad por protección.
Pero no protección para él. Protección para los demás.

Un contratista que vivía en un habitáculo de 3x3x3 la totalidad de su tiempo... no se imaginaba cómo podría ser un hombre para que el Gobierno rechazase utilizarlo como al resto. Pero, habiendo oído lo que había oído, no lo dudaba. Aquél hombre no era un contratista al uso.
El guardia apretó un botón antes de abrir la puerta. Seguridad, dijo.
Y entraron.

Y allí estaba. Un colchón sucio, una bombilla en el techo, un WC y una mesa escritorio eran todo lo que había en aquél lugar.

La figura que se encontraba sentada en una esquina no impresionaba mucho, sin embargo el hombre con traje sabía que realmente aquél hombre valía toda aquella seguridad. Y esperaba que más.
Se sentó en la silla.
- ¿Cómo lleva su estancia en la cárcel, señor...?
- Puede llamarme Zero- el preso esbozó una sonrisa. Se estiró, dejando ver su rostro descubierto. Joven, no se podía decir que bajo aquella luz tenue destacase. Vestía una prenda superior en forma de saco que parecía una bata, y que le llegaba hasta las rodillas. No tenía pantalones.- Lamento mi aspecto, señor... Como comprenderá no hay muchas cosas para que un hombre como yo se entretenga en este lugar. .- Su voz era apenas un susurro, rasposa y baja. Un siseo de serpiente.
- ¿Un hombre como usted? Usted no es un hombre. Un hombre no haría esas cosas.- Le cortó el agente.- Vengo de parte de Salvatore Maroni.- El hombre sonrió como si eso fuera un chiste.- Mi jefe ha visto ciertas... cualidades en usted, opinión que, he de decir, no comparto. Todos los contratistas sois eso, bichos raros. Pero me han mandado a darle un mensaje, y eso he hecho.- La penetrante mirada de aquél individuo le ponía nervioso.- Si quiere aceptar el trabajo, ya sabe. Dentro de una semana alguien le esperará en el café de la calle 11 de noviembre, en la ciudad en la que fue usted... capturado. No tengo nada más que decirle.- Se levantó deprisa, aquel encargo le parecía de locos. Descender hasta las entrañas de lo peor del hombre para citar a un loco a un lugar al que no iba a poder acudir, delante de sus captores. Pero su jefe confiaba en él. Y no tenía más remedio que... acatar.
-¿Sabe? Creo que se han pasado. Con eso del informe, digo. Se preocupan demasiado.

AL DÍA SIGUIENTE.
El guardia deslizó la bandeja metálica por la rendija y miró por la mirilla. Se quedó helado, al ver el cuerpo del preso de máxima seguridad colgando de la lámpara.
Tras dar el aviso, el alcaide apretó los dientes en la sala de control.- Ese cabrón... lo hace a sabiendas. Lo hace a sabiendas de que le llevaremos a la enfermería y allí podrá huir. ¡Hernández, bájalo de ahí y controlalo hasta que lleguen los sanitarios!- El alcaide, un hombre grande y con bigote gris, dio las órdenes de forma clara y concisa. No iba a permitir que su preso más importante se escapase porque sabía que, una vez fuera, desaparecería. Y, una vez fuera, podría hacerse una máscara. Y estarían perdidos.

De repente, el micro volvió a sonar.-¡Señor!¡venga rápido!- Los golpes se sucedían, al otro lado del interfono del guardia.

Los refuerzos llegaron en cinco minutos. La escena se había salido de control. El joven de alguna manera se había hecho con el arma del guardia, golpeaba a éste, encogido en el suelo. Los guardias no tardaron en reducirle, mientras, magullado, el guarda recuperaba su arma, aún con las piernas temblando. La paliza había sido de campeonato.

Y, sin embargo, contra todo pronóstico, cuando llegó el alcaide, el joven empezó a gemir.- ¡Es una trampa! ¡Él es el enemigo!¡Él es el enemigo!- Gritaba, señalando al guarda que había recibido la paliza.- ¡Nos ha tendido una trampa a todos!¡No le dejéis escapar!- El guardia se encogió de hombros. Su cara aún mostraba los símbolos de la paliza, y se tambaleó cuando recogió la gorra del suelo y se la puso.- Tranquilo, hijo. Ya ha pasado. ¿Está bien?- El alcaide habló por encima de los gritos del joven delgado. Era obvio que estaba mintiendo, ¿cómo iba  a haberles tendido una trampa su guardia, al que estaba apalizando momentos antes? ¿Cómo podrían haber intercambiado los papeles, cómo podía estar gritando "¡Yo soy Hernandez!" con tanta seguridad y no haberse vuelto loco, o pretenderlo? El alcaide presupuso lo obvio. Estaba fingiendo locura. Así que aconsejó al resto de guardias ignorarle. Cuando la puerta volvió a quedar cerrada, sus gritos se ahogaron y acompañó al guardia, que había sido víctima de una paliza, a la enfermería. Sin embargo, tras tomar un vaso de agua y una aspirina, éste aseguró encontrarse mejor.- Sólo fueron un par de golpes.- Dijo, intentando sonreír.- Y soy un agente del orden. Tarde o temprano tenía que ocurrir. Un poco de descanso me vendrá bien.
El alcaide sonrió.

DOS HORAS DESPUÉS

El guarda, en la puerta del recinto, sonrió.
Tenía que tomar el aire. Claro.
Se quitó la gorra, y con una sonrisa, la echó a las zarzas que crecían alrededor de la valla.
Zero se quitó la tela agujereada que hacía de máscara, sujeta a su cara con la goma del pantalón que había roto. Su huida había sido un éxito, haciéndose pasar por el guardia. Había sido pan comido cabrear al guardia para dar comienzo al plan. Ocultar la radiación syncrotrón, no suponía esfuerzo por su poder. Y el resto, bueno, había venido solo.
Llevaba planeando algo así desde hacía mucho, sin embargo, había sido la visita de aquél llorica del traje lo que le había hecho decidirse. Salvatore Maroni le requería, eh? interesante. Tal vez le hiciera una visita. Tal vez... con una sonrisa, y aún con su prenda de saco de preso, se alejó por el camino, dispuesto a hacerse una máscara como era debido lo antes posible. El resto... vendría después.

lunes, 4 de junio de 2012

Débil

La noche es joven. Y jóvenes son nuestros protagonistas que, despreocupados, caminan por una calle secundaria de Nueva York charlando y riéndose. El día veraniego invita a pasear, y su procedencia, española, les empujaba a las calles y a las plazas a disfrutar y a pasear.
Sin embargo, quien sabe si, demasiado confiados en el aumento de seguridad que se ha producido en la metrópolis estadounidense tras los atentados islamistas, no han ido demasiado lejos.
En su ruta entre la creciente oscuridad, sólo aderezada con farolas cuya luz cubre parcialmente la calle, van dejando en sus respectivos apartamentos a sus amigos. A veces solos, a veces en parejas.

Y, eventualmente, sólo quedan ellos tres. Se dirigen a la casa de la chica, ellos dos acompañandola caballerosamente, cuando algo surgido de un callejón los toma por sorpresa, agarrando a la chica en su salida.
- Vaya, tres ratoncillos ciegos salen de su madriguera... No tenéis miedo a que os coma el gato, ratoncillos ciegos?- la penumbra no les impide ver el brillo del cuchillo que sostiene con la otra mano, dispuesto a hundirse en su carne.
- Tranquilo...- intenta calmarle el primero. Alto, con buena planta y una mata de pelo rubio. El héroe que toda chica querría. Y, además, era buena persona. No se podría pedir más.- te daremos nuestro dinero. Sueltala por favor.
Pero el asesino, un ser sucio y rastrero, siempre ha odiado a los tipos populares como él.- dinero? Oh, ya tengo todo el dinero que necesito. Ahora sólo quiero jugar. Vas a jugar conmigo, héroe?- el asesino esbozó una sonrisa oscura y tenebrosa mirándolo.
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Miré a David. Su cara de preocupación por la chica, por aquello que estaba pasando. Era todo un héroe, el si que sabía como actuar en cada situación. Sus ojos azules observaban al asesino intentando averiguar sus decisiones. Sin embargo, yo... Yo estaba cagado de miedo.

El asesino se cansó de esperar, y con su sonrisa macabra colgando del rostro se empezó a llecar a la chica hacia el callejón. Pero el héroe no iba a permitirlo. Con un rápido movimiento, se lanzó hacia el otro, mientras esté obtenía lo que había ido a buscar.

El balazo resonó por la calle vacía, junto con el grito del asesino. El arma cayó a los pies del otro chico. David, en un último movimiento, le había confiado a él la situación.

Cogí el arma lentamente mientras oía los ruidos de Miriam intentando deshacerse del asesino, y, cuando volví a mirar, este la había dominado y la tenía atrapada.

Estaba temblando. Sus piernas estaban hechas de mantequilla y a duras penas se sostenía en pie. Ya no digamos disparar. Joder, el no estaba preparado para esas situaciones. Estaba cagado de miedo. Y el asesino lo sabía. Le hizo una seña con la cabeza. - Qué, tú no vas a seguir los pasos de tú amigo el héroe?- el otro tembló violentamente mientras le apuntaba. No sería capaz de disparar.
- Venga, dispárame.

- el asesino retiró a la chica a un lado, despejando su cuerpo.- dispárame! No eres capaz, verdad? Eres demasiado débil, demasiado patético para disparar.- el chico temblaba aterrado como si el que tuviera la pistola fuese el otro y el se estuviera ofreciendo. Entonces se dio cuenta de que David aún se movía y de que intentaba decirle algo:- venga... Miguel... No dejes que te insulte así... Kjo, kjo... Tengo fe en ti... Salva a Miriam...- el asesino pareció encontrar muy divertido el dilema del chico de pelo negro, así que se acercó a David y lo pateó. Este gritó de dolor. - Mira como lo maltrató, idiota... Y tú no puedes hacer nada... Jajajaja... Mira que eres inútil, chaval... Mira que eres... Eh!- el arañazo le llegó por sorpresa, y ya chica empezó a rebatirse contra el con fuerzas renovadas. Sin embargo, una bofetada del asesino la detuvo en seco, dejándola balbucear... - Miguel... Por favor... Ayúdanos... Dispara... Ayuda a david... Huye y llama a la policía... Por favor, haz algo... Pero para el no era fácil. Se encontraba completamente bloqueado, pistola en mano. No era capaz de moverse. Estaban matando a sus amigos y el no podía hacer nada para evitarlo. - no ves que tú amigo es débil? No es capaz ni de salvar a sus amigos... No vale una mierda... Eres débil, chico... No puedes ni apretar el puto gatillo... Pero un moribundo David aún tenía algo que decir.- no... No es débil... Es mi amigo.. No... No te atrevas a subestimarlo, porque yo creo en.. Creo en... Esta vez el asesino pasó de él, y le volvió a hablar directamente a miguel. -Bueno, si no vas a hacer nada por lo menos déjame que yo me lo pase bien. Preciosa, no te voy a mentir... Esto te va a doler más que a mí. ... Señor, los hemos encontrado. Parece ser que los han asaltado.- las líneas del suelo delimitaban el lugar donde había caído sus cuerpos. El había sido disparado en el estómago y apaleado hasta morir. Ella probablemente habría sufrido abusos sexuales antes de ser apuñalada doce veces. La escena del crimen, un callejón de las afueras de Manhattan, se iluninaba bajo el sol del amanecer mientras los agentes acordonaban la zona. Sin embargo, había una tercera víctima. "Eres débil", había dicho aquel hombre. Y acaso no tenía razón? Acaso no había asistido impotente a la tortura de su mejor amigo y de la chica de la que llevaba enamorado cuatro años? Acaso no tenía una pistola en las manos mientras ese hombre abusaba de ella en la noche? Acaso no le habían encontrado los agentes, derrumbado en el suelo y con la pistola intacta, varias horas después? Lágrimas de impotencia corrían por sus ojos, porque, a pesar de que los agentes le habían dicho que era normal sufrir un shock emocional de ese tipo y bloquearse, el sabía que no era verdad. El sabía lo que había sabido el asesino desde el principio. QUE ERA DÉBIL.

viernes, 1 de junio de 2012

Don Juan Triunfante



Para Marta

Sonrió. Era una sonrisa muy triste, cargada de soledad y pequeños matices de dolor y rabia. Todos los días lo mismo. Estaba harta.Sacó su gastado Stradivarius, su mayor reliquia y su fiel y único compañero, y comenzó a tocar cerrando los ojos. La gente pasaba delante suyo, pero no oía el sonido de las monedas impactando contra la funda de su violín. Tampoco la importó demasiado.Todos los días tocaba la misma canción, tan triste que se te desgarraba poco a poco el alma. Nunca aprendió a tocar ninguna otra pieza.Sabía que esa iba a ser su última actuación. Pequeñas lágrimas florecieron de sus cansados ojos, pero no hizo nada por detenerlas. Era su manera de decir adiós a toda esa vida cargada de tristeza, soledad e impotencia.
Lloró por su vida, por sus sueños sin cumplir, por su difunta familia y por su violín. No tenía ninguna otra cosa por la que llorar. Al final del día, recogió el poco dinero que había obtenido y se dirigió al muelle de la ciudad, lugar que frecuentaba todos los días cuando acaba de actuar. Se sentó y se abrazó las rodillas mientras rompía a llorar. Su sueño había sido poder tocar en París, que el público aplaudiera, y sintiese las lágrimas correr por sus mejillas de pura felicidad.
Pero aquello donde estaba era lo más distinto que podía imaginar. No quería seguir así. Simplemente, no podía. Así que, con calma, dejó el dinero recaudado en el suelo, y posteriormente el violín después de haberlo abrazado por última vez. Miró a la ciudad, al cielo, al mar, a todo lo que pudo.Y se tiró. Sin miedo, sin remordimientos, sin mirar atrás.Lo único que oyó antes de que su cuerpo impactara dolorosamente contra las bravas olas del mar fue la melodía que tantas veces interpretó: Réquiem por unos sueños rotos. 


El cuerpo se hundió lentamente en el agua. El impacto la había aturdido. 

Las gotas de agua empezaron a impactar en la superficie líquida, como un último lamento a aquella que sin haber sido nunca recompensada por su talento, vagaba cada día por allí y le regalaba unas notas al mundo. Aquella que ya no podía más. Aquella que, presa en la desesperación, había decidido acabar por su vida. 
Pero, sin embargo, aún había alguien que no estaba de acuerdo.
Alguien que no iba a permitir que eso ocurriera. El hombre bajó del coche negro en el sitio donde la chica había caído. Su violín y su dinero aún se encontraban allí, y cuando el desconocido embozado los reconoció, pateó las monedas, pero sin embargo, recogió el violin con sumo cuidado y se lo dio a otro hombre que le había seguido fuera del coche y que le estaba abriendo un paraguas.- No te molestes, John. No va a servir de nada.- Dijo el primero, quitándose la gabardina y la americana quedándose en camisa, una camisa negra como la más negra noche, al tiempo que salía del paraguas y alzaba los brazos al cielo soltando una carcajada.
- ¿No te parece, John, que es una noche magnífica para revivir aquello que ya está muerto?- Un trueno respondió a su macabra pregunta, y, tras darse la vuelta y sonreír a su ayudante, y para sorpresa de este, se dejó caer al mar, donde buceó en las oscuras aguas en linea recta, en busca del cuerpo que había caído minutos antes.
El hombre era un buen nadador y estaba en buena forma física, pero las frías aguas no tenían piedad. Se hundió más y más en la oscuridad, guardando su aire como un experto buceador, avanzando a tientas, hasta que su mano palpó algo. El frío había entumecido sus sentidos pero sin embargo, lo reconoció. Era una vieja y ajada zapatilla siguió tocando, y la pierna que encontró después le devolvió un tacto viscoso y muerto.

Sin siquiera comprobar si vivía o no, el hombre tiró de la chica. Tenía que servir para su propósito. Tenía que sobrevivir.  Cuando por fin la tuvo sujeta por los hombros, inconsciente, probablemente con hipotermia, no se lo pensó dos veces, y juntó todo el aire que le quedaba en la boca para dárselo a ella mediante un beso de vida. Sin detenerse a pensar, de una potente patada se impulsó hacia la superficie. En las frías aguas del océano, si te detienes a pensar un solo minuto estás muerto. Finalmente, casi sin sensibilidad, llegó a la superficie. Miró a su ayudante, el cual se encontraba ya al borde del agua y con una escala preparada para ayudarle a salir. La operación concluyó en unos instantes, y, junto con el violín, la joven fue arrebatada de las garras del mar. 

Cuando recuperó la consciencia, aún con los ojos cerrados, lo primero que oyó fue el golpeteo de la lluvia contra un cristal. Un sonido que había oído demasiadas veces en su infancia. ¿Dónde estaba? Sería aquello el cielo?¿O acaso estaría en... no. No era posible que estuviera en el infierno. No se le ocurría un infierno que oliera tan bien como aquel lugar. Y ese sonido... ¿acaso estaba frente a una chimenea? No pudo evitarlo y abrió los ojos del todo. La hoguera crepitaba a un par de metros escasos, y, cuando se situó un poco más, pudo vislumbrar algo más de la habitación. La alfombra mullida sobre la que se encontraba, la lámpara que se encontraba apagada, y el sillón que había a su lado. Había alguien sentado en él, pero no podía verle la cara. También tenía una manta sobre su cuerpo, pero aquellas piernas eran de caballero. Lo había aprendido demasiado bien en la calle. Una mujer más bien mayor entró a la estancia llevando una bandeja con unas cuantas magdalenas- Eso era lo que desprendía aquél olor- y un par de tazas de café humeantes.- Coja, por favor, no se vuelva a enfriar. No querrá enfermar de verdad, eh?- le dijo con un guiño y le hizo coger un par de magdalenas y una taza de café, que resultó ser chocolate caliente, para luego ofrecerle al caballero, que tomó la taza.
- Perdone...- balbuceó ella- ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Es el cielo acaso? ¿Es usted...- El hombre la cortó, con una voz firme y bien modulada. Una voz de cantante.- Está usted en mi casa, señorita, o al menos en una pequeña morada que me puedo permitir aquí. Anoche creo que debió dar un traspiés y tener un encontronazo con el agua. Tranquila, está a salvo.- Ella intentó levantarse, pero le fallaron las piernas.- No... No puedo... no quiero estar...- Las carcajadas del hombre, que por la voz tendría unos cincuenta años, resonaron en la estancia.- ¡Mi pequeña Christine Daaé del violín no quería estar en este mundo! ¿Sabe, joven? No soy un hombre afortunado, ni siquiera puedo decir que sea un hombre feliz. Intente levantarse y acérquese a la ventana.- A duras penas, ella consiguió ponerse en pie y, apoyándose en la cabecera del sillón, llegó hasta la ventana. Allí estaba. Por fin sabía dónde se encontraba.
 Podía ver la calle desde allí, una calle que ella conocía demasiado bien. La calle donde ella solía tocar. Se encontraba en el viejo edificio de pisos.- ¿Lo ve, señorita? Día tras día, la observaba. Observaba cómo llegaba, cómo tocaba intentando ignorar a la gente, pero a la vez intentando complacerles. Cómo empeñaba su arte frente a esos seres que no logran comprenderlo. Sin embargo, mi joven amiga, yo reconozco su arte. Y no solo yo. Mire en el alféizar.- La fotografía de una joven rubia muy guapa estaba rodeada por un marco dorado.- Ella era mi mujer. Su pieza favorita, era el réquiem que toca cada día en su plaza. Me decía que le recordaba a su padre fallecido. Y sin embargo, un día, a ella le llegó la hora.
Ella miró al sillón y a su desconocido anfitrión, ignorando a dónde quería llegar..- Todos los días, a las cuatro y media de la tarde, abro la ventana para revivir, por unos momentos, esa pieza que mi mujer llegó a admirar. Esas notas cuyo sonido era capaz de transportarme a épocas lejanas en las que yo aún era feliz. Todos y cada uno de nosotros, mademoiselle, necesitamos encontrar nuestro lugar en la vida. Y creo que yo puedo dárselo. Le enseñaré a jugar con las notas. A charlar con los pentagramas, y a tratar a los sostenidos como si fueran viejos amigos. Sin embargo, señorita, no voy a hacerlo gratis. Todos los días, a las cuatro y media, usted interpretará esa pieza, única y exclusivamente para mí.- Se puso en pie, y ella vio cómo una máscara cubría su rostro, dejando a la vista unos mechones castaños que aún decoraban su cráneo.- Y, un día, volveré a la Opera Garnier. ¡Volveré, y les demostraré que no pueden tomar a broma a Erik y a su Don Juan Triunfante!- El bramido de aquél hombre, con sus aterradores tintes de bestialidad, la hizo apoyarse en el alféizar. Y sin embargo, otra parte de ella, lo sabía. Ya nunca más estaría sola, nunca más pasaría hambre por culpa del frío y hostil invierno. Sabía que nunca volvería a sentir las gotas golpeando en su cara. Por fin ella, y su viejo violín, habían encontrado un destinatario para sus canciones. Nunca volvería a estar sola.  

Los aplausos cubrieron el patio de butacas de la Opera Garnier, en París, mientras la joven violinista saludaba con gracia. Todos murmuraban entre sí. La artista, con un talento sin igual, había salido prácticamente de la nada apenas un año atrás, y había ido escalando puestos hasta conseguir llenar el aforo del teatro. 
La joven, que parecía tocar poniendo su alma en ello, saludó una vez más, y todos volvieron a aplaudir clamorosamente. Aquella pieza, su pieza, el Requiem que la había acompañado desde aquellas frías y tristes calles del oeste, por fin la había llevado a lo más alto. Al estrellato. Y, sonriendo, pareció perder la vista en el horizonte, saludando a algo, o a alguien.  
Sin embargo, ella no estaba perdida. Sabía que, en algún lugar del teatro, tal vez en el palco 5 que ella había reservado especialmente para él, alguien, que había existido casi dos siglos atrás y que había vuelto del mundo de los muertos para llevarla a lo más alto, estaba viéndola con sus ojos como brasas. Y sonrió. 
Ese era el momento, pensó. Su momento.  Y, tal vez, si él estaba allí, por fin recibiría su pago. El presentador se subió al escenario, tomando el micrófono.- Y ahora, damas y caballeros, sin incluirlo en el programa y como actuación sorpresa, me gustaría que diesen un fuerte aplauso a una nueva pieza que ha llegado a nuestra ópera y que he de reconocer que les sorprenderá. Con todos ustedes... Don Juan Triunfante.- Entre bambalinas, ella sonrió. Era su ópera, la ópera que él había compuesto. Era su gran lanzamiento al estrellato.  

Y empezó la función.

 Firmado: F. de la O.